En Annie Hall de
Woody Allen, una de las obras maestras del séptimo arte, un escritor neurótico ama a Annie, con quien vive un amor contrariado por sus
propios monstruos internos. Después del fracaso amoroso, el protagonista llega
a montar una obra de teatro en cuyo libreto reproduce detalles de su vida con
Annie, dando un giro en que al final el amor termina ganando y venciendo todas
las diferencias; giro que el escritor justifica ante nosotros los espectadores diciendo: "¿Qué querían? Fue mi primera obra. Uno
trata de que las cosas salgan perfectas en el arte porque es muy difícil en la
vida real”.
Salas, Gold y Sibille en un fotograma de Como en el cine |
En Como en el cine hay una escena en que el protagonista, un joven cinéfilo, frustrado en la vida luego de un fracaso amoroso pero entusiasmado con la realización de un cortometraje que marcaría el regreso a sus sueños, dice que quiere hacer cine porque en el cine ocurren cosas grandiosas y luego viene una disolvencia al negro que las deja ahí, flotando, tan en lo eterno como en la nada; mientras que en la vida no hay esa disolvencia y nosotros tenemos que seguir, con nuestras penas y nuestras miserias, sin que nada garantice felicidad alguna.
Quien
haya amado el cine, o el teatro o la literatura, y lo haya sentido como
complemento vital de la existencia comprende, no sólo entiende, a qué se
refieren los protagonistas de sendas películas al expresar tales ideas.
Cinéfilos
son aquellas personas que más que amar el cine tienen cierta obsesión con él,
no necesariamente llegando al fanatismo en que lo importante no sería el cine
por sí sino el hecho superfluo de seguirlo (sabemos que el amor a cualquier
arte y la obsesión por esa perfección en verdad no tienen límites muy nítidos).
Podríamos decir, como lo sugiere cómicamente un personaje de la película
(excelente interpretación de Guillermo Castañeda), que los cinéfilos son los nerds del cine: todo el tiempo
estudiándolo, hablando de él, dándole más importancia que a sus vidas mismas y
comprometiendo sus relaciones sociales.
Gonzalo
Ladines, director de Como en el cine,
es también codirector de la serie web Los
Cinéfilos, comedia en que se burlan de todo, incluidos los cinéfilos mismos
y sus obsesiones y neurosis. La serie y la película comparten ese carácter bufón
pero la película va más allá mostrando aspectos más amplios de la vida: la
nostalgia, los sueños truncos y los realizados, los fracasos, el paso del
tiempo y la evolución de la amistad.
Además,
Como en el cine es una película de
cinéfilos para cinéfilos, no sólo por los guiños de cultura cinematográfica que
va soltando en toda la película a modo de códigos de complicidad entre los
realizadores y el espectador cinéfilo; sino porque aviva esa pasión, o esa nostalgia
por la pasión, de todo cinéfilo por hacerse
algún día realizador de cine.
Pero
no se queda ahí. También es una película capaz de atrapar al espectador
promedio que paga su entrada para vacilarse con su megaporción de popcorn. A
pesar de uno que otro gag algo
dislocado o chapucero, logra robarse con finura la risa del público. Y, bueno,
abundan los que solamente estimulan al espectador cinéfilo, quien exultante se
los relame en su asiento; cosa que no sabría si lamentar o felicitar. De hecho
sí es notorio que una película peruana haya llevado a las salas a ambos tipos
de público; quizás de ahí salga alguna clave que dé esperanza al cine nacional
con un público tan dividido entre el que busca cine arte y el que se solaza con
el cine comercial.
Los
personajes de Como en el cine están
muy bien caracterizados, y tipificados, a partir de la realidad de los medios
artísticos e intelectuales: el consciente que asume el compromiso de adaptarse
a la realidad (el personaje de Pietro Sibille), el soñador artista que vive en
su mundo al margen de todo (el de Andrés Salas, siempre con sus libros raros y
sus polos de grandes escritores) y el relajado y sensible que busca forjarse su
propia identidad (el de Manuel Gold); sin dejar de mencionar a la lesbiana
artista medio hípster que anda acaso más perdida que los otros tres (gran
interpretación de Gisella Ponce de León). Es un acierto la uniformidad de la
vestimenta de cada uno, caricaturizante. Y es que en verdad es eso, una
caricatura realista de cierto tipo de jóvenes divorciados de la cultura
corriente en decadencia, viviendo en contra de todo y a su modo. No es gratuito
que en algunas escenas el polo del protagonista lleve la imagen de “Manhattan”, la película de Woody Allen
en que se burla de la idiosincrasia de los medios intelectuales artísticos, o
intelectualoides, de Nueva York. Tampoco es gratuito que la fotografía en la
escena del paseo romántico tenga los matices del paseo madrugador de tal
película.
Fotograma de Manhattan, de Woody Allen |
El guión destaca por la acertada reproducción del léxico clasemediero peruano, ya cómico de por sí. O sea por el muy buen uso en la comedia del habla peruana y su idiosincrasia. Y, como se dijo antes, por la sutileza con que se combinan distintos patrones de códigos culturales para dar un resultado fluido, intenso y divertido.
Buen
comienzo de Gonzalo Ladines. Véanla. Aún está en cartelera.
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