lunes, abril 29, 2013

El autor sí importa


"Me conmueve la desesperación de tantos jóvenes artistas por no perder el carro de la modernidad –dice Luder–. No se dan cuenta que ese carro conduce inexorablemente al Museo de las Antigüedades."
(Julio Ramón Ribeyro)

A propósito de una controversia reciente sobre cómo debieran o cómo no debieran comportarse los poetas, Carlos Caballero afirma en un relevante artículo que el autor no importa. En él se refiere, de la mano de Michel Foucault y Roland Barthes, a lo inadecuado que resultó en la historia de las artes dar importancia al autor, evocando dos hechos conocidos: la práctica idealista del culto al autor como “ser escogido” y el estigma reaccionario que caía sobre ciertos autores rebeldes odiados por el estatus quo, a fin de acallar su obra. Y entre sus argumentos cita Caballero las ideas del sociólogo Pierre Bourdieu al respecto del campo intelectual, cuyo análisis, que toma el modelo de campos de fuerzas de la física, permite identificar los agentes, las fuerzas y los mecanismos sociales por los que se dieron tales fenómenos históricos.
El sociólogo Pierre Bourdieu

Ciertamente, la virtud de una obra publicada es independiente de la conducta de su autor juzgada desde la moral o desde cualquier otra contemplación. Sin embargo, eso no debe significar que la biografía del autor o su conducta, paralelos a la producción de su obra, no sean importantes para llegar a esta última en el sentido de acercarse al sentido: el de la obra al ser creada. Cuenta César Lévano que cuando César Hildebrandt y él le hicieron una entrevista a Haya de La Torre —que había sido amigo de Vallejo—, este les preguntó si entendían el verso de Trilce que dice “Serpentínica u del bizcochero, engirafada al tímpano” y ellos respondieron con un sucinto no. “Haya entonces empezó a contar —nos  dice Lévano—: Vallejo vivía en el segundo piso de una pensión en una calle soleada y tranquila, y como a la una de la tarde llegaba hasta ahí un bizcochero con sus cestas grandes y gritaba ‘bizcocheró-uuuu, bizcocheró-uuuu’. Vallejo al oír eso, bajaba rápidamente a comprar esos bizcochos. ‘Serpentínica u del bizcochero, engirafada al tímpano’ era la descripción poética de cómo llegaba la voz del bizcochero desde la calle hasta los oídos de Vallejo.” Sin ese dato del autor, estrictamente vivencial, para nadie sería lo mismo una lectura de Trilce.

En su artículo, Caballero sostiene que el autor no importa, enmarcado dentro de lo que sucede después del acto creativo, una vez publicada la obra…. y acierta. Mas lo que sucede antes de la creación y durante ella, es otro cantar. Justamente ese análisis de Bourdieu que él cita, nos permite dilucidar de qué manera, en la historia de las artes y de la creación intelectual, el autor es importante.

El campo intelectual tiene su propio estatus quo, dominado por la estética más exitosa del pasado inmediato y en lucha por la conservación de la legitimidad frente a distintos agentes transgresores que no tienen la victoria asegurada, marginándolos a su vez y cediendo espacios que ya no puede retener ante la presión de lo nuevo en crecimiento. El artista, al conocer la configuración actual del campo, define su proyecto creador entre dos extremos posibles: asegurarse una posición acatándolo, o desdeñarlo y dar rienda suelta a su mismidad bajo el riesgo de ser marginado.

Uno de los ejemplos que nos da Bourdieu es el caso de Flaubert, que tuvo que considerar censuras que limitaron su proyecto creador y no le permitieron explotar tendencias estéticas que correspondían a lo que después ensalzarían los teóricos de la novela moderna. Por otro lado, tenemos muchos creadores que empiezan a repetirse al encontrar una acogida que los pone en una zona de comodidad en que se anquilosan. También ocurre esto en la práctica social: hay intelectuales de pensamiento progresista que estigmatizan a otros por díscolos, el típico adagio de "tiene razón pero no es la manera"; y otros que se sienten defraudados de los primeros por saberlos pusilánimes.

Si el creador no es consciente de esta acción condicionante del campo a través estos patrones en que encajar, el anhelo de legitimidad lo puede llevar a la impostura no sólo en la conducta social sino en el mismo proyecto creador cuando este se define, por cálculo de expectativas, en el cumplimiento de las exigencias estéticas del presente, desestimulantes, que para Bourdieu constituyen restricciones del proyecto creador. La opción transgresora, que desdeña esos patrones, por ser riesgosa en sí, no asegura la legitimación social tanto como la impostura. El creador que, en cambio, resuelva el conflicto negando sus ansias de “inmortalidad”, reafirmándose en su rol de creador, podrá sortear tales restricciones, y será más capaz de no anquilosarse en la legitimidad si esta llega.

No en vano Rainer María Rilke aconseja al joven Kappus, aspirante a poeta: “Pregunta usted si sus versos son buenos. Me lo pregunta a mí. Ya se lo ha planteado a otros. Los envía a las revistas. Los compara con otras poesías y se inquieta cuando ciertos editores rechazan sus intentos literarios. En lo sucesivo, ya que me permite aconsejarle, ruégole que abandone todo eso. Usted mira hacia afuera y es, precisamente, lo que no debe hacer desde ahora. Nadie puede aconsejarle ni ayudarle. Nadie. Sólo hay un recurso: vuelva sobre sí mismo. […] Puede que usted sea convocado por el arte. Entonces, asuma su destino y llévelo con su pesadumbre y grandeza, sin indagar jamás acerca de cuál es la recompensa que pueda venir desde fuera. Pues el creador tiene que ser un mundo para sí y hallar todo en sí mismo y en la naturaleza a la cual se ha incorporado.”* Un poeta dependiente del veredicto social que lo legitime creará poesía prisionera… Es entonces cuando el autor sí importa.

Porque la obra de arte es producto de una personalidad y a la vez una herramienta de su construcción: una respuesta al mundo con una propuesta vital, un acto de liberación que da perfección estética a una realidad imperfecta o que inventa una que no lo sea.

El poeta Rainer María Rilke



* Rainer María Rilke,“Cartas a un joven poeta”
http://www.ciudadseva.com/textos/teoria/opin/rilke.htm

lunes, abril 15, 2013

De remilgos, obras y personas (respuesta a Carlos Rivera)


Ha vuelto a alborotar el cotarro el asunto de los poetas remilgados, y Carlos Rivera publicó un artículo en que se refiere desacertadamente a algunas cosas que dije al respecto. No discrepo en general de lo que dice Carlos Rivera; acierta especialmente al referirse a mafias y argollas que son una especie de expresión política, institucional, de un hipsterismo que en otros casos resultaría inofensivo.  

Pero quiero aclarar que no soy el neólogo del término “poseta”; y más aún: nunca usé ese término, lo que se puede constatar revisando la polémica a la que Carlos Rivera se refiere en su artículo. En ella, desde el principio abordé el fenómeno por su aspecto social, incluso diciendo que mejor que lo que yo pudiera decir era lo escrito por Hesse en “El lobo estepario” (ahí mismo lo publiqué), donde lanza una crítica conmovedora a lo que (escribe Hesse:) llegaba hasta el corazón de toda la humanidad. 

Yo en la polémica incluso dije, coincidiendo con lo que dice ahora Carlos Rivera, que ha habido poseros talentosos pero lo que quedó de ellos fue la obra y no la pose (no más que como anécdota pintoresca), y que si tienen talento importa poco la pose, aunque no fuera lo que yo había visto en el Festival. Además, no estigmaticé a personas sino que —recalco— me referí al fenómeno social (recuerdo haberlo dicho cuando Martín Zúñiga me pidió soltar los nombres de aquellos a quienes criticaba); e incluso así lo hice en una reflexión que publiqué a modo de conclusión personal.

Recuerdo que en esa reflexión final me referí no a los vestidos ni a los remilgos de comportamiento per se; sino que busqué la raíz del fenómeno e identifiqué, no desprovisto de algunos fundamentos, un sentir interno que sería la causa que incitaba ese “poserismo”, vinculé tal sentir con el proceso de construcción personal del artista, y postulé que superado aquél, se tendrían mejores alcances en el desarrollo del ser poético, entiéndase creativo

Por otro lado, y este es un sentir moral mío —pues no es una verdad factual—, no es asunto inane la personalidad del creador. Digo que no es verdad factual mi sentir porque es también respetable la opción de otros de considerar la obra y no al creador, pensando sólo en su posible trascendencia, en el legado para la posteridad. Sin embargo, ¡las personas importan!; y cuando la impostura cunde, hay detrimento social: la sociedad se banaliza desde uno de sus lados guía (o que debiera serlo), la creación cultural. Recuerdo, a este propósito, al gran cineasta Luis Buñuel siendo duro (pero sincero) con Jorge Luis Borges: Es un buen escritor, evidentemente, pero el mundo está lleno de buenos escritores. Además, yo no respeto a nadie porque sea buen escritor. Hacen falta otras cualidades. Y Jorge Luis Borges, con quien estuve dos o tres veces hace sesenta años, me parece bastante presuntuoso y adorador de sí mismo. En todas sus declaraciones percibo un algo de doctoral (sienta cátedra) y de exhibicionista. No me gusta el tono reaccionario de sus palabras, ni tampoco su desprecio a España. Buen conversador como muchos ciegos [no es despectivo porque el contexto partía hablando de ciegos], el premio Nobel retorna siempre como una obsesión en sus respuestas a los periodistas. Está completamente claro que sueña con él.

Así es. Yo quiero, como Buñuel, personas para respetar; no sólo obras para admirar. Y no puedo aceptar pasivamente —ojo: pasivamente— que en nombre de la posteridad se imponga pasar por alto la calidad de las personas. Además, soy poco conformista: a pesar de lo grande que es Borges (personalmente me fascina su manera lógica y estética de resquebrar las bases del conocer), pienso que habría tenido mayor grandeza, incluso en su literatura, de haber cultivado otros valores elevados además de los que cultivó.

Finalmente, no es cierta la aseveración de Carlos Rivera de que nunca se habló [en la controversia feisbuquera] de temática, estilos, ni de expresiones de la poesía: sus esplendores o nubarrones. Jorge Vargas publicó, a raíz de la polémica, sus poemas leídos en el Festival; y yo, sin ser crítico literario (obviamente) los comenté con cierta extensión, en público también. Nadie más quiso comentar y nadie más quiso enviar sus versos; una pena.