lunes, febrero 21, 2011

De coherencias e incoherencias


A un vargasllosiano amigo le dije alguna vez que Vargas Llosa sería coherente si cobrara por cada conferencia, y mi amigo lamentablemente se sintió ofendido. Ahora me dice que Slavoj Žižek va a cobrar 130 soles de entrada para su conferencia en Lima, y me pide que le precise si es coherente o no la actitud de “ese izquierdoso”, sustentándose en este hecho para mofarse de la “coherencia de las izquierdas” sin notar que su argumento cojeaba en la falacia de composición, pero molesto con aquéllas de seguro por la irreflexiva y anticipada animadversión que en gran medida le profesan al novelista.

Tal vez Žižek no sea coherente, o quizás sí si es que cobra como showman por su imagen hecha fetiche y entrega a la humanidad sus ideas sin querer lucrar con ellas. Ni siquiera sé si hace o no tal cosa, porque yo hasta ahora sólo he podido leerlo pirateado.

Lo importante, que no le dije a mi amigo en el momento, es que admiro la coherencia como virtud de los más grandes seres humanos mas no podría impugnar a quien no la muestra (tal cosa equivaldría a exigir heroicidad a todos: completo sinsentido); pero sí valdría tachar a quien pretende que se lo tome como lo que sabe que no es. Y me parece claro también que no se puede impugnar al incoherente que cree férreamente no serlo, pero siempre es bueno ayudarlo a que se dé cuenta de ciertas flaquezas que no puede por sí solo advertir.

Mario Vargas Llosa se proclama demócrata y libertario por sobre todas las cosas, y se lo toma como intachable modelo de ciudadano del mundo; pero con qué facilidad atropella el derecho de unos cuantos musulmanes a proteger sus fetiches religiosos de la impertinencia occidental de la fotógrafa Morgana Vargas Llosa, su hija, a quien acompañaba en afán reportero al interior de una mezquita del Iraq invadido. Y pienso que seguramente él mismo no se atrevería en el National Gallery de Londres a fotografiar - acto que por reglamento no está permitido - el hermoso cuadro “Los bañistas de Asnières” de Seurat, la pintura que acaso él más aprecia. Valga en ese caso la ayudita que Santiago Alba Rico le ofreció en un confrontador artículo* para mostrarle que no había sido tan decmócrata como creía.

No sé qué es lo que diga Žižek de sus cobros en Lima, la coherencia es algo que se entiende a través de principios y razones; mas si luego de escuchárselos fuera notorio que le hiciera falta al pensador esloveno alguna ayudita, no habría que dudar en dársela.

Quizá no esté de más decir que ni en uno ni en el otro caso es razón cualquier viso de incoherencia por parte de los autores para despreciar el arte excelso de la novela vargasllosiana o el elevado pensamiento humanístico de Slavoj Žižek.



* http://www.tlaxcala-int.org/article.asp?reference=1802

Le vendemos un nicho


A mí enterradme sin duelo
entre la playa y el cielo... 
En la ladera de un monte,
más alto que el horizonte.
Quiero tener buena vista. 
Mi cuerpo será camino,
le daré verde a los pinos
y amarillo a la genista. 
JOAN MANUEL SERRAT


Suena el teléfono y preguntan por mí con mi nombre completo, como aparece en la guía telefónica. Quien me llama es una representante de los Jardines de Esperanza, un cementerio privado de mi ciudad, acaso el más caro, y me ofrece el nuevo “Plan de Previsión Familiar”.

—LLegado el momento —me dice la voz melodiosa—, la familia podrá contar con nuestro servicio exclusivo…

—¿Qué momento, señorita?— la interrumpo decididamente.

—Nadie quiere pensar en eso pero es mejor que en medio del dolor uno no tenga que preocuparse por esas cosas, por eso tenemos un plan en que…

—Ah, me está hablando de cuando nos muramos —interrumpo con más decisión.

—¡No es eso, señor! —me dice con una voz entre avergonzada y sonriente. Advierto que trata de tomar mi acotación como una broma, o de que yo lo note así, y también advierto que es consciente de que no era una broma—. Tenemos este plan familiar de contingencia que ofrece servicios de reserva de ubicaciones, velatorio y traslado —evitó pronunciar las horrendas palabras “ataúd” y “entierro”—. Y de antemano puede escoger los modelos y los tendremos preparados, porque hemos tenido casos...

—¿Modelos de qué, señorita?— le digo, algo molesto por esas ganas de no decir las cosas completas, como son.

—De féretros, señor —dice, después de trabarse un momento, ahora sin melodía en la voz, seguro esforzándose en escoger la palabra menos inoportuna pero con la entereza de estar cumpliendo la parte odiosa del deber—. Porque hemos tenido casos —su voz trata de recuperar la melodía— en que llegado el momento la familia no encuentra lo adecuado para...

"¿Qué es lo adecuado?", pienso. Y me parece que lo sería no tener por qué comprarme, a la medida de mi estatus, un lugar en este planeta donde dejar mis desechos o un depósito en que guardarlos.

—... y lo que le ofrecemos es un plan en que ni siquiera le pedimos una letra mensual, esta es una financiación que consiste en...

—Señorita, pero ¿por qué no esperan a que me muera? —interrumpo una vez más—. Con dolor o como sea, mi familia se sentirá unida a mí en el rito de preparar mis exequias —al decir eso empiezo a evocar el sublime capítulo final de “Los Sueños” de Akira Kurosawa.

—Claro, señor —me responde, la sonrisa ya se le siente medio desencajada—. Nadie quiere adelantar ese momento, lo que buscamos es hacerle un servicio, y es algo que le va a traer alivio a la familia, no va a tener que escoger y encontrar posiblemente algo que no le conviene... —y yo divago: a quienes me amaron les hará bien unirse, encontrar, cada quien en otro, algo de mí que pueda haber olvidado, crear una memoria que me integre en sus propias vidas... y sigo evocando las escenas de Kurosawa... quisiera que sea festivo, que celebren a alguien más que cumplió su ciclo queriendo dejar un mundo algo mejor tras su paso por él...

Me doy cuenta de que me distraje, de que la telefonista sigue exponiendo el plan que me ofrece, algo más relajada, cumpliendo su papel, o lo que cree que es su papel:


—... cuando nos llamen no deberán preocuparse por pagos, y si el momento ha llegado muy pronto la familia recibirá un bono de compensación...

—Disculpe, señorita —la corto sin perder la armonía—. Creo que preferimos esperar a que nos muramos.

Se da por vencida. Llanamente me agradece por haberla escuchado, ya sin replicar que no se trata de eso. Sin más eufemismos que afiancen el horror a los significantes de muerte, nicho, entierro, ataúd.

... y me siento más tranquilo de lo que estaba antes de recibir su llamada. Lamento más bien sentir que con mis cuestiones no le pude corresponder el favor.

jueves, febrero 17, 2011

Sobre la ciencia del altruismo y la empatía *


El amor a la familia se puede entender al menos de dos maneras distintas, una es la manera etológica-evolucionista, la cual tiene que ver con grados de consanguinidad y una economía del comportamiento determinada por el gen. John Maynard Smith, Richard Dawkins e Ireanus Eibl-Eibesfeldt, entre otros, han hecho importantes contribuciones en el tema. Esencialmente, nuestros programas genéticos hacen que “tendamos” a ser más solidarios en entornos en que esa solidaridad afecte positivamente a individuos con mayor probabilidad de tener en común con nosotros esos mismos genes, es decir con quienes tenemos vínculos de parentesco. Esto es lógico porque así el gen asegura su existencia en el acervo génico de las siguientes generaciones. Imaginemos que en vez de este gen “altruísta” tenemos uno que no nos hace colaborar, el resultado será que a la larga se pierde una acumulación de ventajas que pone en riesgo la supervivencia del grupo. Imaginemos además un gen que no determine comportamientos altruistas selectivos (según las probabilidades de consanguinidad) sino que nos haga ser colaborativos en cualquier entorno; y pongámoslo en competencia con el gen del altruismo selectivo (aclararé que ambos no pueden estar activados a la vez en un individuo). El resultado será que este último asegurará que más individuos beneficiados portarán copias de él en sus células, porque estos no ayudarán en igual medida a los individuos que muy probablemente no las porten. Resultado evolutivo: tendencia general al altruismo selectivo.

La otra forma de abordar el asunto es tomando en cuenta el efecto de la hormona oxitocina. Esta se libera en ingentes cantidades durante el parto y es responsable entre otras cosas del alto grado de afectividad de la madre con su indefenso recién nacido, e incluso entre la los miembros de la pareja sexual establecida. Esta hormona a su vez ha sido identificada como un disparador del espíritu de generosidad en los humanos.

Pero en este asunto hay más. La amistad sin consanguinidad resulta un aspecto muy importante a considerar en este tema, pues neuroquímicamente también tiene su correlato. Y evolutivamente también se podría explicar en el sentido en que por más que no haya parentesco cercano, dos individuos con intereses comunes que generan afectos entre sí y tienden a colaborar, aseguran la preservación de sendas cadenas genéticas.

A pesar de todo lo dicho, es muy importante tener en cuenta que esto es sólo la base biológica del comportamiento. Es como el hardware de una computadora: sobre esta base se puede programar y reprogramar nuestro comportamiento culturalmente, teniendo en cuenta como analogía que ninguna computadora puede hacer algo para lo que su hardware está impedido, por más que se diseñe el más potente software. Y aquí hay una gran diferencia con los humanos: nosotros sí hemos contravenido ese impedimento natural con el que venimos de fábrica. Pero esto es harina de otro costal y da para mucha más reflexión.

* Este post es un intento de responder a la pregunta de Estefanía, hecha en el post anterior sobre "las taras del amor (occidental)"

lunes, febrero 14, 2011

Las taras del amor (occidental)


"Yo no quiero un amor civilizado."
Joaquín Sabina

"Ojalá que la aurora no dé gritos que caigan en mi espalda.
Ojalá que tu nombre se le olvide a esa voz."
Silvio Rodríguez


Cierta vez me animé a preguntar a varios compañeros universitarios si habían tenido alguna relación de pareja en la que no hubieran sufrido, seguro de que la negación unánime de la respuesta me permitiría establecer una ley humana que inexorable nos subyugase, inermes, defraudados. Poco después, convencido de aquel designio fatal, trataba de idear una ética defensiva cuyos principios estaban muy bien sentados en el poético final de un cuento de Oscar Wilde en que un estudiante enamorado, después de un sacrificio cruento, es traicionado por la muchacha que le robaba el sosiego.

- ¡Qué cosa tan necia es el amor! -se dijo el estudiante mientras se marchaba-. No es ni la mitad de útil que la lógica, pues no prueba nada, y siempre nos dice cosas que no van a suceder, y nos hace creer cosas que no son ciertas. De hecho, es muy poco práctico, y como en estos tiempos ser práctico lo es todo, me volveré a la filosofía y estudiaré metafísica.

Así que volvió a su habitación, y sacó un gran libro polvoriento, y se puso a leer.
*

De esta vinculación fatal entre amor y sufrimiento los poetas han hablado hasta el hartazgo, unos lamentánola y otros incluso exaltándola, no sin componer obras cada vez más bellas. Lapidante y excelso es por ejemplo el poeta César Calvo cuando dice que “amores que no lastiman dan lástima”. Y uno de mis poemas preferidos sobre el tema, un hermoso soneto de Manuel González Prada, dedicado al amor, dice:

Si eres un bien arrebatado al cielo
¿Por qué las dudas, el gemido, el llanto,
la desconfianza, el torcedor quebranto,
las turbias noches de febril desvelo?

Si eres un mal en el terrestre suelo
¿por qué los goces, la sonrisa, el canto,
las esperanzas, el glorioso encanto,
las visiones de paz y de consuelo?

Si eres nieve ¿por qué tus vivas llamas?
Si eres llama ¿por qué tu hielo inerte?
Si eres sombra ¿por qué la luz derramas?

¿Por qué la sombra, si eres luz querida?
Si eres vida ¿por que me das la muerte?
Si eres muerte ¿por qué me das la vida?

En igual medida lo hicieron los cantores. Brillante en su letrística es Joaquín Sabina cuando dice:

Porque el amor cuando no muere mata
Porque amores que matan nunca mueren

Seguramente hasta aquí, estimado lector, además de haber pensado en cuántos más ejemplos de igual o mayor belleza, ya haya pasado por varios procesos emocionales de identificación personal y sorpresa estética, no exento de un sello conformista de lamento glorioso, pero de lamento al fin.

La buena noticia, o la mala para muchísimos, es que no estamos sentenciados por ningún designio natural ni divino. La investigadora Roxana Kreimer, autora de “Las falacias del amor”, nos dice esto que a muchos nos costaría creer:
"En Occidente ha prevalecido una concepción irracional sobre el amor. Curiosamente éste fue uno de los aportes más significativos de los antiguos griegos —fundadores de la cultura racionalista— a nuestras formas contemporáneas de entender el amor, y también una de las tantas razones por las que se ha establecido un nexo tan estrecho entre amor y sufrimiento. A diferencia de los hindúes, de los chinos o de los japoneses, los griegos no entendieron al amor como una virtud a ser cultivada sino como una enfermedad, como una forma de locura que, aunque muy dulce, puede destruir todo lo que una comunidad e incluso el mismo amante, valoran. El amor no fue considerado un arte, una práctica que se enseña, se aprende y se perfecciona, sino un mecanismo irracional, espontáneo, no intencional e inducido desde el exterior —mediante las flechas de un dios caprichoso— que deja al individuo inerme, a merced de fuerzas completamente externas a sí mismo."

Esta enfermedad, que arrastramos en todas nuestras manifestaciones culturales, es llamada amor-pasión o amor romántico, y su origen ha sido identificado en las composiciones de los trovadores medievales, que culturalmente llevaron a toda una civilización a perder de vista la plasticidad del amor, el hecho de que pueda ser cultivado y construido creativamente. Y que además pueda ser abordado con racionalidad: el sicólogo Walter Risso, autor de importantes estudios sobre el amor, dice con estilo que racionalizar el amor no es cortarle las alas sino enseñarle a volar. Y lo mismo propugnan pensadores de fuste como Erich Fromm que incluso ha escrito, alejado del sentido facilista de los llamados libros de autoayuda, un manual que enseña el arte de amar. Ahí nos habla de pasiones y acciones: lo mórbido es creer que el amor debe ser pura pasión, cuando en verdad podemos potencialmente hacer de él lo contrario sin sustraerle la maravilla. Y nos anima a practicar un amor activo, a edificarlo en nosotros con esfuerzo y voluntad. Pues como cualquier arte que se aprende y que a golpe de esfuerzo se hace sublime, tiene el amor un aspecto racional y un aspecto emotivo, un aspecto consciente y uno inconsciente.

En su “Estudio del hombre”, el antropólogo Ralph Linton critica el hecho de que, aunque en todas las sociedades haya afectos apasionados entre hombre y mujer, la nuestra es la única que los ha puesto como la base del matrimonio.** Dice Linton:
"La mayoría de los grupos los consideran (a dichos afectos) como una desgracia y señalan a las víctimas de estos afectos como tristes ejemplos. Su rareza entre muchas sociedades nos lleva a considerarlos como anormalidades sicológicas a las que nuestra propia cultura ha dado un valor extraordinario, del mismo modo en que otras culturas han realzado el valor de otras anormalidades. El héroe de la película americana moderna siempre es un enamorado romántico, lo mismo que el héroe de los viejos poemas épicos árabes es siempre epiléptico. Un cínico sospecharía que en cualquier población ordinaria la proporción de individuos propensos a un amor romántico tipo Hollywood no es mayor de lo que pudiera serlo la de las personas capaces de tener verdaderos ataques epilépticos. Sin embargo, basta un pequeño estimulo social para que cualquiera de los dos tipos pueda imitarse más o menos perfectamente sin que el imitador llegue a confesarse, aun a sí mismo, que su papel no es original."

Este enfermo es entonces admirado y hay que seguir su ejemplo, porque si no sufre por ella no la ama. Y esta enferma que sufre y por quien alguien sufre es envidiada, hay que tener su suerte. Casi toda la literatura y el cine occidentales se han dedicado a afianzar esta conducta; algunas obras con variaciones irreverentes y subversivas, pero sin librarse a fin de cuentas del modelo romántico instituido.

Y como es de esperarse, y por el hecho de que la institución matrimonial ha surgido como una manera de instituir la propiedad privada a través de la propiedad sexual sobre la mujer, es ésta la que ha resultado siendo la más afectada por esta tara cultural. Las niñas son bombardeadas, desde antes de tener uso de razón, por innumerables estímulos que las hacen soñar en su futuro convertido en cuento de hadas, que las hacen pasar toda su infancia y adolescencia soñando con el grandioso momento de su matrimonio, el día en que comenzarán a comer perdices. Lo irónico es que cuando se instituyó el matrimonio en la Grecia antigua, tal fecha era para la mujer el día más triste de su vida, el comienzo de su infierno programado.***

Las cosas han cambiado mucho con la liberación femenina, pero aún queda harto camino por recorrer. Millones de mujeres siguen viviendo un tercio de su vida en función de la institución que durante los otros dos tercios no les garantiza ningún éxito, ninguna felicidad.

Pero volvamos al amor-pasión. Muchos, al enterarse de esta enfermedad y diagnosticársela, apelarán a la magia y a la fascinación con que nos aborda, las que tan bien describe González Prada en el soneto que hemos leído; y tendrán una respuesta inmediata: el goce lo compensa todo... eso es algo que cada quien debe sopesar; pero es necesario tener presente que aun así contamos con una fisiología del enamoramiento, independiente de modas culturales, que no tiene por qué hacerse disfuncional cuando se suprime ese apasionamiento, ese romanticismo que nos hace sufrir. El acercamiento a la persona escogida —por mecanismos biológicos y culturales de selección sexual— no va a dejar de inundar nuestro cerebro de dopamina, el neurotransmisor responsable de hacernos sentir en las nubes al primer contacto erótico con el galán o galana de turno. Y, aunque pueda activarse más de una vez, tenemos también una fisiología neuroquímica del amor maduro, ese que nos permite tener relaciones de toda una vida, compensando la fugacidad del vínculo puramente erótico del enamoramiento.****

Para concluir, es una cosa estar enfermo y otra distinta regodearse en la enfermedad, suponiéndola digna y notable. El amor que mata es enfermo, y esa enfermedad se hace endémica gracias a la ignorancia, a creer que sus dominios son un misterio lejano del entendimiento. Pero, en fin, quien se inclina por el sufrimiento banal, quien incluso se siente honrado por las innumerables secuelas que esto acarrea, que lo haga sabiendo al menos que su dolor es opcional.


* Oscar Wilde, "El ruiseñor y la rosa".
** Aunque Linton se refiere con esto a la cultura norteamericana, fácilmente se puede aplicar a en sentido amplio a todo Occidente.
*** Para un mejor entendimiento de esto sugiero ver el siguiente documental: http://www.youtube.com/watch?v=Lo51BKwcEgc
**** Para más detalles sugiero ver el documental "Ciencia del sex appeal" de Discovery Channel, el cual se puede encontrar en Youtube. Cabe precisar que en dicho documental se llama "lujuria" a lo que en este artículo yo llamo "el vínculo puramente erótico del enamoramiento", y "enamoramiento" a lo que yo aquí llamo "amor maduro".