lunes, octubre 10, 2011

Imitadores: ¿por ventura o maldición?

(Artículo incluído en la quinta edición de la revista arequipeña "Contranatura".)                                 

Victoria Horner, con algunos de sus compañeros de campo.

En el Lago Victoria, de Uganda, La investigadora Victoria Horner muestra a una niña una caja opaca con un agujero largo que lleva dentro una pequeña recompensa, y que a su vez tiene dispositivos mecánicos externos y algunos huecos. Provista de una vara delgada y usando los dispositivos mecánicos y los huecos, que no tienen ninguna conexión con el espacio del agujero largo, Horner desarrolla frente a la niña una larga secuencia de acciones después de la cual jala la recompensa hasta sacarla del agujero largo. Luego pone una caja idéntica frente a la niña y esta reproduce con la vara la secuencia de acciones sin ningún error y saca a su vez la recompensa. Nada fuera de serie. Luego se dirige la investigadora a un santuario para chimpancés rescatados en la cercana isla de Gamba y reproduce el experimento con un pequeño chimpancé que no tiene problemas para copiar con la vara la larga secuencia de acciones y extraer la recompensa. (Recuerde el lector que por ser opaca la caja, ni el chimpancé ni la niña pudieron advertir la desconexión entre el agujero largo y los huecos y demás dispositivos externos de la caja.) Pero ahora Horner repite el experimento con una caja transparente que evidencia tal desconexión; es decir, se nota claramente que la larga secuencia de acciones ahora no tiene efecto en la existencia de la recompensa en el agujero largo ni facilita de manera alguna su extracción de la caja. La niña, humana ella, reproduce la secuencia de acciones y saca la recompensa. Y el pequeño chimpancé obvia la secuencia y extrae su recompensa directamente.

En este documental de National Geographic se ven más detalles de este y otros experimentos importantes vinculados con nuestro asunto.

¿Está probando la doctora Horner que una deficiencia de pensamiento racional nos hace humanos? ¿Somos superados por chimpancés en algunos aspectos de la inteligencia? ¿Pero entonces por qué a la larga los humanos somos los que hemos mostrado tan elevados niveles de pensamiento racional y lógico en comparación con otros simios, y luego una alta tecnología que hasta parece sacarnos del reino de la naturaleza? Algunas de las respuestas a estas preguntas se encuentran en otros experimentos que muestran en nosotros especiales aptitudes como habilidades cooperativas y sociales, otras lingüísticas y otras relacionadas con un instintivo interés elemental por entender el funcionamiento físico del mundo.

Pero el experimento de la doctora Horner nos muestra más bien un aspecto esencial, aunque aparentemente desventajoso, de nuestro comportamiento, que nos hizo lo que somos induciendo en el proceso evolutivo las aptitudes claramente ventajosas que hemos mencionado y siendo a la vez inducido por ellas.

El biólogo evolucionista Richard Dawkins acuñó en su obra “El gen egoísta”, el término “meme” para identificar unidades de transmisión de un tipo de información paralela a la información genética (el ADN) sobre la que actúa la selección natural. Dawkins define la cultura de un individuo, no solamente humano, como el corpus de memes transmisibles por imitación, mas no por herencia genética; y define un “acervo de memes” como la totalidad de memes disponibles en una población animal para ser adoptados y probablemente transmitidos por cualquier individuo de ésta. Pero no sólo habla de adopción y transmisión de memes, sino también de sus mecanismos de aparición: ensayo y error, razonamiento elemental y analogías con otros fenómenos observados… es decir, los mecanismos del mismo surgimiento de la cultura.

Justamente las ventajas de los humanos sobre los otros simios en las aptitudes mencionadas tienen que ver con los mecanismos de surgimiento de la cultura. Estas ventajas actúan muy raramente, en analogía con la escasa probabilidad de ocurrencia de mutaciones genéticas sobre las que opera la selección natural. Para entenderlo coloquialmente, de todas las acciones de aprendizaje humano, un logro creativo u original ocurre “una a las quinientas”; y el resto de tiempo de aprendizaje nos la pasamos imitando, y aquí va la clave: ¡imitando mucho más que otros animales! ¿Pero si se dan tan rara vez, cómo pueden estos pequeños logros de creatividad configurar una cultura? Sigamos en analogía con la selección natural: cuando esta se da, una característica original y ventajosa surgida por mutación, compite con la ausencia de la misma en otros individuos y su ventaja asegura la supervivencia del que la porta sobre los que no la desarrollaron, de modo que se hereda (por imitación química de ADN) y queda registrada en el acervo génico de la población y cuando surge otra, y luego otra, estas van configurando una especie por acumulación. Cuando se da la selección cultural el proceso es similar: el descubrimiento o invento ventajoso se registra en el acervo mémico de la población y por acumulación varios de estos van configurando una cultura. Eso explica por qué teniendo en esencia la misma fisiología neuronal que un hombre de las cavernas, tenemos una civilización tan distinta (que sea mejor o peor que las organizaciones socioculturales prehistóricas es una deliciosa polémica que dejaremos para otra oportunidad).

Como veíamos, sólo la imitación pre-programada biológicamente, que necesariamente evolucionó actuando ya sobre la práctica creativa pre-humana, nos permitió sortear mil y un obstáculos de vida o muerte en la sabana africana permitiendo que sobre culturas ya establecidas aparecieran nuevas maneras de sacar provecho a recursos y posibilidades. Y esto a la vez nos hizo más “imitadores” del prójimo, sacando ventaja a otros grupos pre-humanos “poco imitadores” que no tuvieron éxito suficiente para colocar sus genes “poco imitadores” en las generaciones siguientes de la especie en formación. O sea que los genes permitieron el éxito de la evolución memética (la que da por transmisión cultural), y a su vez el genoma –que es el código de la construcción de la fisiología de un organismo incluyendo patrones de conducta no aprendidos– se configuró como una especie de guía de fabricación de un complejo hardware adaptado para albergar un software de información cultural con alta transmisibilidad. Tenemos, pues, dos sistemas de información, uno “génico” y otro “mémico” cooperando en la configuración de grupos de individuos evolutivamente exitosos capaces de transmitir a sus descendientes, además de los genes “imitadores”, tecnologías aprendidas de supervivencia que son cada vez más sofisticadas. Pero hay una gran diferencia entre el proceso evolutivo por selección natural y el proceso de configuración de la cultura: la selección natural es lentísima mientras que las culturas evolucionan a una rapidez increíble si hacemos la comparación. Así, un meme o rasgo cultural demora poco tiempo en consolidarse en una población humana mientras que un rasgo evolutivo ya consolidado generalmente es arcaico. Y con el advenimiento de la alta tecnología de las comunicaciones, esta brecha de velocidades evolutivas entre ambos sistemas de información que nos constituyen, se acrecienta enormemente al aumentar la cantidad de individuos de la población que evoluciona: en la evolución biológica, a mayor número de individuos tarda más un rasgo génico en afianzarse o desaparecer; mientras en la evolución cultural, a mayor número de individuos bien conectados, más rápidamente se afianza un rasgo mémico, aunque no necesariamente desaparecerá tan rápido como apareció.

Veámoslo claro. La diferencia esencial que la imitación pre-programada nos dio frente a otros simios, la constituyeron la rapidez y la masividad grandiosas con que determinado invento o descubrimiento se esparcía por toda la población, favorecidas desde luego por la evolución de una fisiología especial para el lenguaje articulado. Mientras otros simios imitan sólo cuando les conviene subjetivamente (el chimpancé que sabe innecesaria una acción ya no la imita), los humanos imitamos aunque la acción no parezca convenirnos (aunque, claro, cada especie imita o deja de imitar hasta ciertos grados que son distintos para cada una). Esto fue un triunfo de inteligencia de grupos sobre la inteligencia de individuos: en los humanos lo que el individuo no entendió será igualmente aceptado y repetido, y eso será conveniente porque algún otro individuo ya lo entendió y constató su eficacia para que otros disfruten esa eficacia de inmediato; mientras en una sociedad chimpancé un mismo descubrimiento (uno de cierto nivel que permita la comparación con el caso humano) deberá ser descubierto muchas más veces, lo que resta posibilidades de innovación, pues con menos rapidez se consituirán bases de cultura sobre las que seguir innovando. He ahí la clave de nuestro éxito evolutivo hacia la era del conocimiento y la alta tecnificación, y hacia el considerable control sobre la naturaleza al que hemos llegado. Pero he ahí también lo que parece ser nuestra perdición y la semilla de nuestro posible fracaso como especie.


"¡Cuidado!... memes infecciosos." Sello que deberían llevar obligatoriamente la gran mayoría de pantallas televisivas.

Repetir sin saber: genial estrategia de supervivencia, de la mano de cierta capacidad inventiva superior. Pero en los meandros de la evolución los humanos formábamos hordas de no más de unas cuantas decenas de individuos, de modo que un rasgo mémico podía ser evaluado en poco tiempo según el éxito o el fracaso en términos de supervivencia del grupo, y así, de no ser conveniente, podía rápidamente desaparecer. Pero por lo altamente imitativos que somos, más lo altamente interconectados que estamos, más lo increíblemente poblados y globalizados que estamos; todo rasgo cultural pintoresco será difundido masivamente y consolidado casi de inmediato, pero tardará demasiado tiempo en verificarse nocivo para la especie (por la alta complejidad de las relaciones sociales, pues la complejidad no aumenta en la misma proporción que el tamaño de la población sino a escalas exponenciales), y finalmente -una vez reprochado- demorará muchísimo tiempo más en ser desaparecido del acervo cultural, pues su desaparición se lentificará por la incesante tendencia a seguir imitando aun los comportamientos mediatos, quiero decir, los no observados directamente (en las hordas sólo era visible lo inmediato)… Pasa con los videojuegos, la televisión basura, la adicción a las redes sociales, al chat… Porque, tengámoslo en cuenta, es de esperarse que lo novedoso sea mayormente nefasto tanto en lo genético como en lo memético. Así como la mayoría de mutaciones genéticas son fatales; sin mecanismos rápidos de regulación imitamos mayormente lo malo porque, aunque sea pintoresco y atractivo, lo malo, lo nuevo desventajoso en términos de evolución cultural (así como lo nuevo desventajoso en la evolución por selección natural), es lo más abundante en el acervo de innovaciones, ya que todas han surgido de manera más o menos espontánea, sin control previo de su idoneidad.

Y además, para empeorar el asunto, parecemos haber anulado ciertos mecanismos naturales de regulación de comportamientos culturalmente aprendidos. El hastío y el aburrimiento que sentimos ante la continuidad de una conducta al agotar sus aspectos atractivos que inicialmente nos cautivaron, podría haber actuado a manera de verificación negativa de su idoneidad, a manera de signo de que la insistencia en tal conducta no va a traer consecuencias buenas para la supervivencia. Es natural que algún otro estímulo atractivo propicie un nuevo rasgo conductual que se mantendrá si empieza a dar satisfacciones o se anulará si deja de darlas, siendo esta anulación una verificación negativa de idoneidad. Pero aquí la creatividad no ha actuado a favor de los humanos sino en contra de ellos: para combatir el aburrimiento o quizás por simple mercantilismo o por falta de imaginación, hemos optado por renovar sólo la apariencia de estímulos nocivos que sustancialmente siguen siendo lo mismo. Un videojuego envejece rápidamente y como consecuencia se tienen miles de programadores creando las propuestas más atractivas que den formas y matices distintos a los mismos esquemas de interacción; se tienen miles de especialistas, con muy buen manejo de sicología de masas, que orientan la renovación los formatos y los personajes de la telebasura pero los esquemas esenciales siguen siendo lo mismo; guionistas muy bien pagados cambian ciertos detalles de un patrón argumental de telenovela o de su presentación, y ya vende otra vez; y así se logra engañar a ese detector de perversión que es el hastío.

Somos simios jugando con conocimiento y tecnologías para los que no estamos preparados, porque los mecanismos naturales de regulación cultural parecen habérsele escapado de las manos a la naturaleza… Aprendemos muy rápido lo que fácilmente puede ser nefasto y demoramos mucho en desecharlo: ¡cuán rápido comenzamos a envenenarnos con combustibles fósiles y nucleares y cuán lento nos resulta ahora decidirnos a ser independientes de ellos! ¿Por qué nos es tan fácil volvernos adictos a la telebasura y tan difícil dejarla? Entre otros motivos, porque somos imitadores en masa, porque no nos importa mucho que todo eso sea nocivo en el largo plazo aunque lo sepamos. Un humano “chimpancé” apagaría el televisor como el chimpancé de la doctora Horner obvió la secuencia de acciones sobre la caja transparente al “razonar” que era inútil. Nosotros seguimos prendidos de la telebasura y de la inmediatez deshumanizante de la sociedad de la informática (sin negar que esta última pueda ser positiva en otros aspectos) porque ha pasado suficiente tiempo antes de que Giovanni Sartori y Nicholas Carr hicieran sus advertencias; y esperemos que no pase mucho tiempo –seamos creativos para esto– antes de que encontremos una estrategia global que nos devuelva a la naturaleza autocontrolada sin un temible desequilibrio traumático.