Se ha estrenado en Arequipa, en el Centro Cultural Peruano Norteamericano, la película peruana Magallanes, dirigida por
Salvador del Solar, que ya ha recibido importantes premios internacionales.
Basada en el relato “La
pasajera” de Alonso Cueto, “Magallanes” es una más de aquellas valiosas obras
de ficción que agregan a la cultura peruana retratos del conflicto terrorista
desarrollado en los ochentas y principios de los noventas entre Sendero
Luminoso y el Estado Peruano, dejando a la población inocente en general como forzoso
mártir indefenso.
Obras maestras como la
película “La boca del lobo”, de Francisco Lombardi, o la novela “Ese camino
existe”, de Luis Fernando Cueto, retratan el momento mismo de los
desangramientos y los desgarros en la dignidad, dejando vacío emocional y duros
sentimientos de humanidad cual colofones paradójicos sobre el país como
realidad. “Magallanes”; junto con la lograda “NN: sin identidad”, de Héctor
Gálvez, estrenada este mismo año; se encuentra entre aquellas otras que hablan
de las secuelas de tales desgarros y desangramientos, tan pungentes y pesadas como
estos mismos.
“Magallanes” es una película que sabe llevar un hilo narrativo con un buen juego de tensiones que, salvo en escasos momentos, agrega interés dramático rumbo a la explosión final, a la vez que compromete al espectador con el devenir de unos y otros personajes durante la trama. Eso además de presentar una situación llamativa que incita reacciones distintivas de ciertas idiosincrasias de la población peruana (léalo en el penúltimo párrafo bajo riesgo de enterarse de importantes detalles de la trama).
“Magallanes” es una película que sabe llevar un hilo narrativo con un buen juego de tensiones que, salvo en escasos momentos, agrega interés dramático rumbo a la explosión final, a la vez que compromete al espectador con el devenir de unos y otros personajes durante la trama. Eso además de presentar una situación llamativa que incita reacciones distintivas de ciertas idiosincrasias de la población peruana (léalo en el penúltimo párrafo bajo riesgo de enterarse de importantes detalles de la trama).
“Magallanes” convence con
muy logradas escenas, con ritmos intensos en los planos de la propia acción y
de las cargas psicológicas, con actuaciones sólidas de Damián Alcázar,
Christian Meier, Federico Luppi y Bruno Odar, y con el desempeño sobresaliente de
la actriz Magaly Solier. “Magallanes” es una pieza imprescindible del cine
nacional, que coloca a Del Solar, por ser esta su ópera prima, como promesa del
aún naciente cine peruano.
(Si
no quiere conocer detalles que pueden anular la necesaria sorpresa al ver la
película, deténgase aquí.)
El experto crítico Ricardo
Bedoya, en su blog llamado “Páginas del diario de Satán” (búsquelo en la web),
señala acertadamente las tres secuencias sobresalientes de “Magallanes”: el
correteo en el mercadillo Polvos Azules; el corte de cabello en que Magallanes (Damián
Alcázar) se hace reconocer por Celina (Magaly Solier); y la huída de Celina de
la atosigante realidad que la persigue con el paisaje urbano de Lima como fondo
poético, metáfora recurrente en el nuevo cine nacional (“Dioses”, “Sigo
Siendo”, “Paraíso”, el final de “La ciudad y los perros”…) que parece
representar un acoso monstruoso de la civilización a personajes marginados y
fracasados.
Varios críticos han señalado
los siguientes desaciertos (entre los que incluyo los que yo encuentro) por no
agregar intensidad a la estructura dramática y en vez de eso restar verosimilitud,
apartar al espectador del seguimiento de la trama o estar desconectados de la
armazón narrativa que en su conjunto sí logra coherencia y se mantiene presente
hasta el desenlace: la antipatía exagerada de la prestamista; el efectismo en
la manera abrupta de presentar la enfermedad del hijo de Celina; el desafío
amenazante de los motociclistas que ayudaron a Magallanes a hacerse con el fajo
de billetes, lo cual no conduce a nada y más bien siembra expectativas
innecesarias; lo predecible de ciertos hechos como el de que el fajo no
contuviera billetes; la simpleza con que es secuestrado el personaje de
Christian Meier y la ausencia de argumentos que expliquen el porqué de su violación; la inexplicada riqueza del hijo del
exmilitar… pero, como dije, a pesar de esto, los aciertos hacen que ver esta
película sea imprescindible para cualquier peruana o peruano que se interese en
el cine como valor cultural.
Hay un hecho sobresaliente
en la relación de “Magallanes” con su público. Cuando el personaje de
Christian Meier es sodomizado y, posteriormente, cuando este rehúsa llevar como
una carga tal vejación, muy probablemente se escuchen risas y comentarios festivos
en la sala de cine (yo los oí las dos veces que fui a ver la película); incluso
algunos críticos señalan el segundo momento mencionado como la desacertada
inclusión de un hecho cómico dentro de un momento altamente dramático y comprometido
con la dignidad humana, la desgracia de Celina. Pero muchos no advierten que la
violación de un hombre (aun siendo encarnado por Christian Meier) y su
condicionamiento social a cuidar su imagen dejando el caso impune, no es en sí un
hecho cómico sino una desgracia. La risa, como mecanismo de adiestramiento
social, excluye lo que desprecia haciéndolo objeto de burla, de modo que el
elemento excluido se amolde a sus patrones. Ante estos patrones la sodomización
de un “macho” no es desgracia sino motivo de exclusión. Y, en verdad, homofobia
y el machismo sí son una desgracia; y es una desgracia reírse de un hombre (más
mientras más varonil se le vea) por la indignidad de haber sido sometido a los
vejámenes a los que suelen ser sometidas las mujeres. Pero en las salas de cine
hay felizmente otro tipo de personas, quienes no festejan la desgracia del
hombre sexualmente vejado, para quienes esta no es una desgracia menor, o quienes
en verdad no necesitan razonar mucho para ver y sentir la desgracia argumental
que es en nuestro caso Celina sin reparación posible ante su sometimiento
sexual.
La poética de “Magallanes”
es lo que hace a esta película tan valiosa. Además del ya mencionado momento de
Lima como fondo de fatalidad; el discurso en quechua manifiesta la imposible
comprensión entre distintos grupos sociales distintamente afectados por la
violencia del pasado, la imposibilidad peruana de llegar a ser una sola nación;
la renuncia del joven adinerado a denunciar la violación queriendo dejar la
apariencia de que “aquí —en su conducto excretor— no pasó nada”, así como la fallida
pretensión de Celina de liberarse del trauma olvidando el pasado, nos habla del
carácter en el fondo azaroso de la fatalidad, de la posición indefensa del
individuo ante el mundo; la desmemoria del ex coronel, que no hace a este feliz
sino que lo deja en una especie de limbo espiritual, es enfrentada a la odiosa
e ineludible memoria de víctimas y de victimarios que también fueron víctimas,
y a la de un país que necesita procesar las heridas cuando en verdad lo que
quisiera es olvidar; y la decisión de la autoridad a anular toda investigación
y anhelo de reivindicación, como desenlace necesario, ante la voluntad de
víctimas y victimarios, nos habla de la frustración, de la irreparabilidad, de
los límites amargos de la justicia. Esta poética gira en torno a una
preocupación existencial de la post-guerra como elemento estructural de nuestra
sociedad actual: los escapes imposibles de la memoria, personal e histórica.
Por eso “Magallanes” acierta en hablar de lo que somos, y quizás de lo que aún
no somos.
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