O, mejor dicho, para ciertos ateos...
«Soy un no-creyente profundamente religioso. [...] Nunca he atribuido a la Naturaleza ningún propósito u objetivo, ni nada que pueda entenderse como antropomórfico. Lo que yo percibo en la Naturaleza es una estructura magnífica que sólo podemos comprender muy imperfectamente, y eso debe llenar a cualquier ser pensante de un sentimiento de humildad. Este es un sentimiento genuinamente religioso que nada tiene que ver con el misticismo». (Albert Einstein)
La neurociencia ha encontrado pruebas de que el sentimiento
oceánico de pertenencia, de unidad con el mundo, que solemos tener algunas personas, ese sentir tan cercano al éxtasis, al trance, es una función orgánica del
cerebro, concentrada en las redes neuronales del lóbulo temporal. Tal
sentimiento, que es la semilla de la verdadera religión, o sea del sentir
religioso, esa experiencia de lo divino (que hasta Einstein lo tenía, que hasta
Hawking lo tiene) es, podríamos decir sin perder precisión, dios alojado en el cerebro. Ya son otros los mecanismos sociales que toman a ese dios interno y le dan forma, aunque ciertamente lo deforman, con la imposición de supersticiones infantilistas, alienando, degradando en la mayoría de las veces ese sentimiento prístino... cosa lamentable.
El descubrimiento de tal función "religiosa" cerebral es prueba para los ateos dogmáticos o fundamentalistas (aquellos a quienes
sólo les falta su parroquia con su sala de catequesis atea) de que no hay
divinidad sino sólo en la mente, como producto del cerebro; es decir de que nada hay que mueva al mundo fuera
de lo que la ciencia ha llegado a probar... Estos ateos de remedo tienden, pues, a creer con fe ciega en que lo que se ve es todo lo que hay.
Y no, pues. Una cosa es la funcionalidad cerebral y otra cosa es la realidad externa. La
prueba de que el cerebro es una máquina enteogénica (generadora de dios) NO
prueba de ninguna manera que en la realidad no exista ningún motor intangible
del mundo tangible. Es obvio que, con la evolución de la ciencia, hay cada vez
más aspectos del mundo anteriormente intangibles que se van haciendo tangibles (accesibles a la razón); aunque,
penosamente, nada garantiza que todo llegue a pasarse alguna vez al lado del
conocinimiento. ¡Ya quisiéramos!... o quizás no.
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