domingo, mayo 19, 2013

Festival... ¿de poesía?


Asumamos que todos los que participan en los llamados festivales de poesía son buenos poetas, aunque no necesariamente lo son. Pero asumámoslo.


Bajo nuestra suposición, en función de la coherencia que te sugieran los versos, hay arte en ellos; y tú, como lector, lo haces tuyo en una especie de relación íntima con sus textos. Hay arte en esos versos, suficiente para la epifanía, el vuelo, la conmoción... en fin, si eres radical, para tu destrucción; si eres romántico, para tu sublimación.

La cuestión es: ¿qué artisticidad agregada hay en escuchar al autor de esa poesía diciéndola en voz alta? Hay pérdida más bien, porque en el verso libre, el más usado actualmente, la disposición escrita de versos y encabalgamientos es artísticamente expresiva. El festival de poesía lo tienes dondequiera que abras un libro o una plaqueta, dispuesto al viaje.


En suma, ¿por qué escuchar el poema en la voz del poeta sería mejor que leerlo uno mismo, o al menos tan bueno como eso? ¿Vale el esfuerzo ir al evento a escucharlo?


Pablo Neruda explicando por qué yo no habría ido al reciente "festival de poesía" aun si él hubiese sido convocado.


Sin embargo, hay maneras de ponerle arte a lo que ya es arte. Si se la declamara, actuara, cantara... tendría otro sentido artístico, uno más. La poesía escuchada tiene cadencias, pausas, tonos… nuevos códigos coherentes, entre sí y con lo puramente textual, abren un abanico de nuevos sentidos. Pero no cualquiera puede abrir ese abanico, así como no todo texto es poesía.

Desde luego habrá poetas que tengan el don de declamar, pero no por poeta vas a ser buen recitador. Que no se ponga a cualquier poeta a leer sus versos en público sólo por ser poeta. Eso no le hace ningún bien a la poesía. Eso le hace bien a la doctrina del show por sí y para sí. Si quieren seguir haciendo recitales públicos de poesía, convoquen a declamadores, actores y cantantes. Así sí harían un festival sobresaliente.

Victoria Santa Cruz, poeta y declamadora.

Lo triste es que con lo que hacen embaucan y construyen una falsa imagen de la poesía, que exige al aspirante legitimarse a través de estos homenajes a la vanagloria, afianzando el establishment de lo fofo y farandulero. Además del esfuerzo vano y del uso insensato de recursos de las instituciones culturales que supuestamente están interesadas en apoyar la cultura…


Pues no, poeta joven, ser convocado en esos recitales no es lo que te hace poeta. Leer tus versos en público, sin ser declamador, tampoco le hace nada bueno a tu poesía, por cierto.


Lola Flores, gran declamadora.



miércoles, mayo 15, 2013

Respuesta (II) a propósito de "la importancia del autor"


Sobre la relevancia a posteriori de los entornos de la creación

Dices que transformé “lo importante en fundamental al momento de considerar la vida como un medio para llegar al sentido”. Lo que creo es que la vida del autor, que nunca es solo la del autor porque siempre está embebida de lo social, es no tanto un medio sino una ayuda que nos permite en la lectura recoger significados ajenos a nuestro entorno y a nuestra época para darle sentido (sentidos, mejor dicho) a la obra literaria.

En mi artículo yo hablé de “acercarse al sentido”, y especifiqué: “el de la obra al ser escrita”. No llamé “sentido” a los sistemas de significados y connotaciones que cada lectura de una misma obra puede generar sino sólo al del acto creador (que tampoco tiene que ser uno solo); pero bien se los puede llamar así. Debí ser más preciso.[1] Sin embargo, en mi texto, la mención a esa suerte de sentido original no se puede metafísicamente asumir como una verdad secreta, como la única plausible; porque hablaba de “acercarse” a él y no de encontrarlo, pues si de encontrarlo se tratara ¿cómo podría la lectura dar un resultado coherente si sólo nos acercamos, sin llegar nunca, a esa supuesta coherencia única? Claro, se puede cuestionar que sea necesario “acercarse al sentido original”; pero también es cuestionable la actitud que invalida esos acercamientos. Mas tengamos en cuenta que el acercamiento es muy lícito, y que incluso en casos de lecturas antagónicas de una misma obra, existe un acercamiento por oposición. El no acercamiento quizás equivaldría a la no lectura.

En tu respuesta, soslayaste una cuestión fundamental de la mía. Y esta consistía en por qué no valdría disponer del conocimiento de ciertas particularidades de los entornos social, geográfico e histórico del origen de la obra, que mucho tienen que ver con los del autor si es que no son los mismos, como competencia cultural legítima para una lectura (competencia importante pero no imprescindible, claro). En el caso de Trilce XXXII, ¿por qué no cabría dentro de la definición de competencia cultural (el “bagaje” del que hablabas en una de tus respuestas) conocer el pregonar del bizcochero en ciertos barrios de la Lima de entonces? ¿No es un objetivo de la crítica resolver el desfase entre el entorno social espaciotemporal de la lectura (el del lector) y aquel en que se forjó la obra y cuyas dinámicas significativas (con respecto a la obra) convergen funcionalmente en el autor, desfase que conlleva un desfase del lenguaje mismo? ¿No abre más ventanas a la lectura plural la mayor competencia para entrever significados en cada porción de lenguaje de una obra, y “jugar” con ellos, combinando y ponderando?... A fin de cuentas, ¿no es posible como fenómeno la literatura misma, justamente porque hay códigos culturales comunes (tomemos el idioma mismo como uno de ellos) entre el autor y el lector?

En síntesis, ¿de la multiplicidad de lecturas posibles, por qué invalidas las que en los significados que recoge se restringen a entornos más reducidos, a los que pertenece el autor o con los que interacciona? ¿No estás de esa manera restando multiplicidad?...

Lo que yo dije es que una lectura de Trilce XXXII no sería la misma para nadie una vez que conozca aquella revelación de Haya y Lévano, algo más restringida en los entornos ya expuestos, porque el lector sería de una nueva forma competente con respecto a esa obra. “Contra facta non argumenta”, dice un viejo adagio romano[2]: mi lectura de ese poema no resulta la misma una vez incluida esa revelación en mi saber, asumo que como una competencia más en mi bagaje cultural. Eso mismo se comprueba en todos a quienes se la pude transmitir… Y justamente de eso se trata, de que cada lectura no sea la misma.

Tal revelación propició, pues, lecturas distintas; y ese es un hecho que no cuadra con la teoría tal como la planteas. Si la explicación que te propongo usando el modelo de competencias o códigos culturales es inadecuada, está bien: me das las razones y las evaluamos; pero ese hecho, esa porción de realidad, de todos modos debería poder explicarse. Para eso es la teoría.


Sobre el arte como liberación, algunas falacias y el campo intelectual

En cuanto al arte como liberación, lo que menos quise era dar la justa definición de arte (no sé por qué asumiste eso). Lo que dije del arte es una visión de uno de sus aspectos. Más bien rescato el juego dialéctico que planteas y diría que el arte a la vez libera y sujeta, permitiendo desarrollo.

Sobre lo del campo intelectual, dices que el sentido de la obra estaría “en el horizonte interpretativo de ideas que componen el campo intelectual”. Entiendo por ello que es el mismo campo intelectual y no tanto el análisis que hagamos de él lo que nos ayudaría en la construcción de uno o de otro sentido para una obra. Y el análisis del campo, para elaborar una sociología de los sentidos construidos o por construirse. Si la cosa va por ahí, concuerdo contigo.

Ahora, todo ese rollo de que ningún salón de grados universitario ni ninguna revista académica aceptarían mis planteamientos, me resulta bastante falaz (encuentro apelación a la autoridad y a la amenaza de fuerza por consecuencias negativas). Las razones han sido —y lo son— suficientes para tratar de entendernos.


La madre del cordero

También estamos de acuerdo, y desde el comienzo, en lo siguiente (te cito): “Si la condición de escritor en la Ciudad Blanca se define más por la impostación, exabruptos, desmanes, atuendos y demás se confirmaría en una instancia local aquello que viene sucediendo globalmente: que el ser-escritor es una condición establecida al margen del fuero literario, que el estudio de los textos no resulta relevante para un amplio sector de la comunidad literaria y que es más sencillo posicionarse mediante una publicación (la urgencia por publicar a una edad precoz es bastante sintomática) aderezada por la performance individual. La respuesta a tal diagnóstico debe ir en dirección contraria al malestar: devolverle el lugar que les corresponde a los textos y a los lectores.”

Digo que estamos de acuerdo desde el comienzo porque en la crítica que hice de un festival de poesía, por lo que entré a tallar en esa polémica, partí de la falta de poesía para advertir que la pose no podría rellenar esa ausencia. Dije, pues: Fui a un festival de poesía y me encontré con un desfile de modas... como si los atuendos que hacen más alarde de intelecto correspondieran a los mejores versos. (Lo menciono porque muchos creen que partí de la pose para juzgar la poesía.)


Saludos cordiales.



[1] Para absolver la imprecisión, reformulo mis palabras. En lugar de decir que la biografía del autor o su conducta, paralelos a la producción de su obra [son]  importantes para llegar a esta última en el sentido de acercarse al sentido: el de la obra al ser creada, sería mejor decir que conocimientos particulares del entorno de la obra, la cual se corresponde con el entorno del autor, son importantes —o sea útiles— para enriquecer esa polisemia que permite el juego de significados y sentidos parciales y, como consecuencia, la construcción de sentidos coherentes.
[2] El adagio romano significa: "Contra los hechos no valen argumentos."

lunes, mayo 13, 2013

Mi lid con las poses


(Carlos Rivera se refiere a la mención que hice de una previa reflexión mía. Pongo aquí el enlace para que mis palabras no sean descontextualizadas.)

Voy ahora a su intervención. Dice que yo tracé la panorámica para el estudio del fenómeno “poseta”. No sé si me atribuya mucho o poco, pero yo sólo señalé tres cosas:

1. Que ante la ausencia de poesía en los versos, no podemos caer en el despropósito de tomar como poesía los textos de tal o cual persona basados en su estilo extravagante. (Los atuendos se convirtieron en un símbolo del fenómeno; pero no, esto incluye más que simples atuendos.) Consigna importante para no ser embaucados: Si actúa como “poeta” y viste como “poeta”, no necesariamente es poeta.

2. Que esa actitud personal, agregada socialmente, banaliza el medio y lo llena de impostura y superficialidad, en perjuicio del desarrollo cultural. Así, terminamos haciéndole el juego a la televisión y a la mayoría de la prensa escrita.

3. Que las imposturas de conducta pueden estar acompañadas de imposturas en sus poemas. Y nadie mejor que uno mismo para descubrirlo mediante una introspección y, si es preciso, ensimismarse y dejar de depender demasiado del veredicto público.

Además, hay tres hechos que considerar al respecto:

1. Entré a tallar en esto cuando acusé la ausencia de poesía que en gran medida cundió en el Festival Ari Quepay del año pasado, advirtiendo que hubo felices excepciones; y compartí un texto de “El lobo estepario” en que pareciera describirse, tal cual, lo observado en ese y en otros eventos poéticos de la localidad (léanlo al final de este post).

2. Ya desatada la controversia, Martín Zúñiga y Kreit Vargas pidieron mencionar los nombres de aquellos a los que se referían las críticas. Pero yo no lo veo necesario, ya que no se trata de personas sino de actitudes que cualquiera puede tener, unos más que otros.

3. Martín Zúñiga y Kreit Vargas coincidieron otra vez en pedirme que critique los textos publicados en Urbanotopía, para sustentar mi postura. Eso no tiene sentido porque sin tener los poemas del festival, no se puede saber si los de Urbanotopía son los mismos. Es normal que los poemas de cada quien sean disímiles entre sí (salvo raras excepciones) y no es dable juzgar una parte de la poesía de alguien (la leída en el festival) basándose en las cualidades de otra parte. Si se trata de fundamentar críticas hechas a la poesía del festival, habrá que hacerlo con los textos del festival, como ya ocurrió cuando Jorge Vargas subió los suyos a la red para tal propósito. Nadie más lo hizo.

Y debo hacer, para terminar, dos aclaraciones:

1. Nunca dije que en Arequipa no se hiciera buena poesía ni que la poesía local no fuera prometedora (de hecho, lo es). Yo sólo critiqué lo que encontré en un festival sin mucha poesía.

2. No sostengo que un autor de maneras extravagantes sea necesariamente un impostor, porque no sabemos si ese no es su estilo. Tampoco sostengo que uno que sí imposte su comportamiento, sea, necesariamente, un mal poeta. Lo que digo es que no se puede pretender que esas imposturas hagan pasar sus textos como poesía. No vale eso de “ha de ser buen poeta porque es raro”.

Termino con lo que un amigo me recordaba al respecto. Abraham Valdelomar decía que sus amaneramientos se debían a un afán de llamar la atención de un público inmaduro que no sabe observar lo importante. Claro, no necesariamente hay ego hinchado o sobrevaloración de la obra propia… que cada quien juzgue, si quiere, cuál es el verdadero motivo de esa actitud en los autores locales.

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El lobo estepario (fragmento)

De la última época de su estancia aquí recuerdo una expresión en ese sentido, que ni siquiera llegó a pronunciar, pues consistió simplemente en una mirada. Había por entonces anunciado una conferencia en el salón de fiestas un célebre filósofo de la Historia y crítico cultural, un hombre de fama europea, y yo había logrado convencer al lobo estepario, que en un principio no, tenía gana ninguna, de que fuera a la conferencia. Fuimos juntos y estuvimos sentados el uno al lado del otro. Cuando el orador subió a la tribuna y empezó su discurso, defraudó, por la manera presumida y frívola de su aspecto, a más de cuatro oyentes, que se lo habían figurado como una especie de profeta. Cuando empezó a hablar, diciendo al auditorio algunas lisonjas y agradeciéndole que hubiese acudido en tan gran número, entonces me echó el lobo estepario una mirada instantánea, una mirada de crítica de aquellas palabras y de toda la persona del orador, ¡oh, una mirada inolvidable y terrible, sobre cuya significación podría escribirse un libro entero! La mirada no sólo criticaba a aquel orador y pulverizaba al hombre célebre con su irresistible ironía; eso era en ella lo de menos. La mirada era mucho más triste que irónica, era insondable y amargamente triste; su contenido era una desesperanza callada, en cierto modo irremediable y definitiva, y en cierto modo también convertida ya en forma y en hábito. Con su desolado resplandor iluminaba no sólo la persona del envanecido conferenciante y ridiculizaba y ponía en evidencia la situación del momento, la expectativa y la disposición del público y el título un tanto pretencioso del discurso anunciado -no, la mirada del lobo estepario atravesaba penetrante todo el mundo de nuestro tiempo, toda la fiebre de actividad y el afán de arribismo, la vanidad entera y todo el juego superficial de un espiritualismo fementido y sin fondo-. ¡Ay!, y por desgracia la mirada profundizaba aun más; llegaba no sólo a los defectos y a las desesperanzas de nuestro tiempo, de nuestra espiritualidad y de nuestra cultura: llegaba hasta el corazón de toda la humanidad, expresaba elocuentemente en un solo segundo la duda entero de un pensador, de un sabio quizá, en la dignidad y en el sentido general de la vida humana.


Aquella mirada decía: "¡Mira, estos monos somos nosotros! ¡Mira, así es el hombre!" Y toda celebridad; toda discreción, todas las conquistas del espíritu, todos los avances hacia lo grande, lo sublime y lo eterno dentro de lo humano, se vinieron a tierra y eran un juego de monos…

Hermann Hesse

domingo, mayo 05, 2013

Respuesta (I) a propósito de "la importancia del autor"

Hola Charlie,

Continuemos en el tono epistolar que sugieres en tu respuesta a mi publicación anterior, aunque toda ella haya sido impersonal menos en el saludo y la despedida. Pero, bueno, creo que en tono epistolar la cosa va más ligera, y eso mejora el intercambio.

Primero, creo que malinterpretaste mi respuesta. Yo te daba la razón en que no importa la vida del autor para juzgar la calidad de la obra desde la moral ni desde cualquier otra consideración; y luego aclaré que, sin embargo, los datos vivenciales (llamémoslos biografía, si quieres) eran importantes, y di el ejemplo de Trilce.

Ojo que no dije “fundamentales”, sino “importantes”. Y tú, en tu respuesta, te extiendes en hablar del biografismo como error epistemológico. ¡Pero claro que era un error!: este suponía que el tratado de la vida del creador era lo fundamental y relegaba o ninguneaba los otros alcances. La vida del creador bastaría para explicar el texto sólo si tuviéramos a mano una especie de demiurgo soplándonos los datos precisos para acceder a ellos en cada momento de la lectura. Dices que antiguamente la crítica suponía erradamente que “lo escrito en sus obras depende en buena parte o se origina en la vida del artista”; pero así como lo describes, suponía bien: de la VIDA, y no en parte sino totalmente (aun cuando aborde temas relativamente más ajenos a su vida misma). El problema es que la vida del autor, con sus ínfimos detalles, es mayormente inaccesible y la biografía resulta muy insuficiente para el afán hermenéutico; tanto que incluso la mayoría de los propios procesos mentales del autor le son ajenos a él mismo. Y dices que “sostener que las obras literarias son manifestaciones de la mente del autor, no ayuda mucho a discutir el sentido de «Los reyes rojos» o «Altazor».” (Aunque lo sean) estoy de acuerdo contigo: sostenerlo no ayuda; por eso mismo que decía.

La biografía es por su utilidad importante sin ser fundamental, a eso me refería con el ejemplo de Trilce. Tú mismo hablas de un “bagaje experiencias y conocimientos previos, propios y compartidos con su espacio y su época” que usa el lector para asimilar el texto literario; que podrían ser lo que Kerbrat-Orecchioni llamó “competencias culturales”. Entender o no el significado de ciertos símbolos propios de ciertas materias, o conocer o haber leído sobre ciertos personajes o lugares geográficos, o el simple hecho de requerir un diccionario (competencias lingüísticas), son cosa cotidiana en la manera particular en que un lector comprende un texto. Conocer algún dato de la vida de un autor, que dé un mayor alcance y permita atar cabos en una obra, es asimismo una competencia cultural. Porque, tratándose de entender a Vallejo por ejemplo, qué diferencia habría —al margen del alcance o de la trascendencia propios de tal o cual conocimiento— entre saber qué tenían que ver entre sí Heráclito y Marx, mencionados en Y no me digan nada…” y saber que el bizcochero pasaba vociferando de un modo peculiar, lo que se describe en “Trilce XXXII”. Pues, de hecho, para un vecino de Vallejo, entender ese verso (“serpentínica u del bizcochero engirafada al tímpano”) no sería cuestión particular de la vida del poeta ni por asomo. Como tú lo dices, es parte del bagaje del supuesto lector.

 

También dices en tu respuesta que el análisis del campo intelectual nos daría un alcance para establecer el sentido de las obras. Nos lo daría para entender las relaciones entre la obra, la sociedad y el autor… claro; ¿pero cómo así para establecer el sentido de las obras mismas? No lo tengo muy claro.

A la pregunta de si el autor importa, concuerdo contigo en responder: “sí y no”, refiriéndonos a distintos aspectos del fenómeno en cada parte de la respuesta.

Y dices, volviendo al tema original que propició esta conversación, que “los desplantes o la egolatría del autor [son] inservibles para el análisis e interpretación de textos.” Estoy totalmente de acuerdo. Yo no los tomé en consideración para interpretar sus textos, y nunca pretendí hacer crítica literaria desde ellos. Mi postura desde el comienzo fue advertir que la monotonía y la falta de imagen que cundieron en los textos leídos en un festival local de poesía, no podían ser salvadas por la conducta pública atildada del autor o el uso de tal o cual atuendo, para valorarlo como creador.

Disientes de que el arte sea producto y de una personalidad. Y creo que se debe a la polisemia del término “personalidad”. Yo hablaba del conjunto de características y capacidades diferenciadas de respuesta a determinados estímulos, que cada persona tiene en particular en determinado momento; y no a algún soplo divino. Al decir que la creación artística es una herramienta de su construcción, ya dejaba deducir que le atribuyo la capacidad de transformarse en el tiempo, que es perfectible y depende de múltiples factores además del acto creador, pues los no creadores también tienen un personalidad.

Pero hay una conclusión tuya que suscribo pues me parece muy acertada: “lo más adecuado es afirmar que una obra de arte es resultado de múltiples identidades en conflicto.

Finalmente, cuando decía, no libre de caer en la ambigüedades, que la obra de arte es «un acto de liberación que da perfección estética a una realidad imperfecta o que inventa una que no lo sea», quise significar que inventa una realidad con perfección estética, aunque aquella siga siendo imperfecta en los demás aspectos. “Conversación en La Catedral” es un claro ejemplo de ello. Pero ya que vas por el lado de ciertos fenómenos políticos execrables, podríamos analizar el documental nazi “El triunfo de la voluntad”, en que los realizadores aspiran a una realidad que es políticamente perfecta para ellos, y la proponen. Lo digo sólo para aclarar que hay cierto relativismo ético que hay que considerar para no suponer que tal o cual obra no puede estar motivada por ideales de perfección.

Te agradezco también la lectura de mi réplica y tu respuesta. Y te pido, eso sí, que si me respondes de nuevo en tu blog, pongas el enlace de la respuesta aquí, en esta entrada o en la anterior, en un comentario, pues de esta respuesta tuya me llegué a enterar por terceras personas.

Saludos.

Carlos