lunes, mayo 30, 2011

Auscultando el huevo de la serpiente


Mujeres en la marcha antiFujimori del 26 de mayo, en singular acto de protesta.

En una ruta de transporte público, a un asiento atrás del que ocupaban dos estudiantes, se oyó parte de una interesante conversación.
- ¡Ni hablar! Yo no puedo votar por 300 000 esterilizaciones forzadas.
- ¿Ah sí? A mí me parecen muy bien ah. ¿Qué puedes hacer con tanta gente que se reproduce así nomás sin condiciones para mantener tantos hijos? Así son los indios, tú pretendes educarlos y ellos no te entienden. Llega el marido borracho y le hace abrir las piernas; y la otra, ignorante, abre las piernas nomás.
- Me pones los pelos de punta con lo que me dices. No te importa el sufrimiento causado…
- Es un mal menor. No abras tanto los ojos –dice riendo–. No soy la única que piensa así. Muchísimos sabemos que esa medida se tomó, y la aprobamos; si no, no la apoyaríamos con nuestro voto.
- Pero ponte en el caso de esas mujeres. ¿A ti te gustaría que te liguen las trompas a la fuerza y con engaños?
- Si fuera ignorante deberían hacerlo. Pero no es el caso pues. Yo no soy una ignorante. Es diferente. Esa gente no percibe la realidad, no se da cuenta por dónde se debe llegar al desarrollo.
- Esa es una muy buena razón. Lo que ocurre es que hasta las razones muy buenas se basan necesariamente en principios.
- Claro, lo sé. Eso lo hemos estudiado en teoría del conocimiento, los principios no necesitan demostración porque son evidencias de la realidad. Y los principios por los que se hicieron las esterilizaciones son bastante obvios, ¡no puedes negarlos!
- Lo que pasa es que para formular un principio es inevitable tomar una parte de la realidad, y al conceptuar la evidencia uno siempre es arbitrario, también lo hemos estudiado.
- ¿A dónde quieres llegar?
- A que a menudo los principios que asumimos están muy contaminados con nuestras emociones y nuestros prejuicios (en nuestro caso, el racismo). Y eso les pone un peligroso sello de parcialidad.
- No me irás a decir que las altas tasas de embarazo de las indias a pesar de su miseria son un prejuicio nuestro.
- No, no podría negar que existía ese fenómeno.
- ¿Entonces? Ahí está, tenían que hacerlo.
- El problema está cuando uno ve sólo lo que quiere ver, en función de lo que quiere justificar; así se hace muy fácil encontrar razones, y muy buenas, que luego calan en la mente de mucha gente. Así, las razones de Hitler para arrasar con los judíos eran brillantes, las de Al Qaeda para destruir Occidente también lo son.
- Ay, qué chistosa. Tu ejemplo sí es gracioso. ¿Cómo vas a comparar una cosa con la otra? No es lo mismo.
- ¿Me dejas demostrarte por qué es parcializada la visión que justifica ese crimen de 200 000 esterilizaciones forzadas?
- Es crimen para ti. Para mí fue una necesidad social.
- Ya. Pero déjame demostrarte.
- Te escucho.
- Basada en la realidad de los indígenas en la sierra peruana, me dices que cuando una cultura reincide en un error que la condena al atraso y la miseria, y cuando a la vez se niega por ignorancia a ser instruida por quienes conocen la solución, se justificaría una intervención externa que violando su albedrío y su constitución física y psicológica, o sea sus derechos humanos, apunte a resolver el problema sin importar el sufrimiento causado porque a fin de cuentas sería un mal menor.
- Sí, eso dije, y es lógico, porque se hace incluso pensando en ellos.
- ¿O por ellos?
- A veces es necesario. Se justifica.
- Bueno, veamos otro problema social que es muy similar al problema que tú has mencionado, y que se está dando especialmente en las clases altas nuestra sociedad: miles de niños y adolescentes sufren por desamor; sus padres están muy concentrados en sus finanzas, en sus negocios; los educan la televisión basura, facebook y el chat; su rendimiento académico deja mucho que desear pues, aunque supere por poco el de las clases bajas, en general no entienden lo que leen, porque no leen como hábito, y no son capaces de formular una relación matemática; y como salida se refugian en una molicie de superficialidad, en la droga desacralizada, en la juerga momentánea; y si estudian una carrera universitaria lo hacen por cumplir, por contentar a sus padres, porque a su pesar deben mantenerse de adultos a sí mismos o saber cómo administrar el negocio de la familia; y han aparecido universidades que no les exigen la excelencia, que sólo les aprueban los cursos porque pagan su pensión, su matrícula y sus subsanaciones; y con todo esto terminan condenados a una mediocridad mayor que la de sus padres, que sólo les asegura éxito material y cero en amor, cero en cultura, cero en calidad humana, cero en libertad. Hace poco leí un informe sobre “la depresión de la tumbona”, se trata de muchísima gente que ansía unas vacaciones que, una vez llegadas, ya no puede disfrutar, porque la oficina absorbió toda su existencia, y ahora sienten tal vacío espiritual que el solaz les es insoportable y deviene una nueva ansiedad por volver a la oficina.
- Pero bueno, esa es una visión.
- Es una visión, como lo es la visión tuya de lo que ocurre en la sierra. Ambas con muchas evidencias tomadas de la realidad. Tú has estudiado en el colegio X, ¿verdad?
- Sí.
- Siendo uno de los más caros y exclusivos, mira cómo ya tiene dos casos de suicidio de sus alumnos por problemas existenciales relacionados con la realidad que grosso modo te he presentado. Esos suicidios son dos casos extremos de un mal generalizado en ese ambiente.
- ¿A dónde quieres llegar?
- Ya hace varios años, este fenómeno fue identificado por profesionales de diversas áreas que han publicado sus conclusiones y sus recomendaciones, se han creado talleres de padres, se ha tratado de formar nueva consciencia; y la cosa sigue de mal en peor. No quiero decir que las soluciones planteadas sean necesariamente las adecuadas, es posible que aún no se haya puesto en marcha una estrategia eficaz.
- ¿Ya ves? Ya sé a dónde quieres llegar. No es lo mismo. Tú misma estás diciendo que nada asegura que se haya encontrado la estrategia acertada.
- De acuerdo, nada lo garantiza. Supón que llegaran al poder unos fundamentalistas de lo autóctono, unos fascistas de lo indígena que añoren el Tawantinsuyo y que repudien a priori todo rasgo de cultura occidental, que antepongan sus fines frente a los derechos humanos.
- No estaríamos yendo a clases de francés.
- Obvio. Cerrarían el Instituto y nos obligarían a estudiar quechua.
- Y si nos negamos, nos matan.
- Claro. Y argumentando que como la élite pudiente no entiende razones, como es ignorante y reincidente en un modo de vida que la condena al atraso… ¿qué “brillante” solución crees que le darían al problema del desamor y la superficialidad de esa clase social?
- (Indignada) ¡Sería terrible!
- No lo dudarían un segundo. Según ellos, habría que evitar que muchos ignorantes ricachones tengan hijos a los que no pueden asegurar una educación amorosa y humanista que garantice su estabilidad emocional. Tú misma estarías ya contada entre las víctimas, yo, mi hermana…
- Tienes razón. Pero me has dicho que no necesariamente se ha encontrado la alternativa correcta. Habría que seguir buscándola pero no se debería proceder con métodos salvajes.
- Seguir buscándola, y aplicarla, implica paciencia y muchísimo esfuerzo, y trabajo en equipo. Implica aspirar a conseguir resultados en el largo plazo porque hablamos de problemas complejos. Un pragmatismo surgido de la impaciencia podría ser criminal. Justamente el amor es lo que propicia una actitud de sana paciencia y esfuerzo compartido.
- Es que cada quien al final tira para su lado.
- ¿Y qué va a pasar si aceptamos que cada quien tire para su lado, con sus soluciones perfectamente justificables según principios arbitrarios y parciales?
- Nos destruimos.
- Quién destruye a quién depende nomás de quién tiene el poder en determinado momento. Si aceptamos la devastación del otro cuando el poder lo ejerce quien nos representa, ¿con qué solvencia iríamos a defender nuestra humanidad cuando los otros lo ejerzan?, sólo podríamos responder con más violencia. Eso: violencia sobre violencia.
- Y odio sobre odio.
- Hace un momento te dije algo del amor…
Continuaban hablando las compañeras cuando el testigo de este diálogo, llegado a su destino, tuvo que abandonar el ómnibus en que agradece haberlas escuchado.

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