jueves, febrero 17, 2011

Sobre la ciencia del altruismo y la empatía *


El amor a la familia se puede entender al menos de dos maneras distintas, una es la manera etológica-evolucionista, la cual tiene que ver con grados de consanguinidad y una economía del comportamiento determinada por el gen. John Maynard Smith, Richard Dawkins e Ireanus Eibl-Eibesfeldt, entre otros, han hecho importantes contribuciones en el tema. Esencialmente, nuestros programas genéticos hacen que “tendamos” a ser más solidarios en entornos en que esa solidaridad afecte positivamente a individuos con mayor probabilidad de tener en común con nosotros esos mismos genes, es decir con quienes tenemos vínculos de parentesco. Esto es lógico porque así el gen asegura su existencia en el acervo génico de las siguientes generaciones. Imaginemos que en vez de este gen “altruísta” tenemos uno que no nos hace colaborar, el resultado será que a la larga se pierde una acumulación de ventajas que pone en riesgo la supervivencia del grupo. Imaginemos además un gen que no determine comportamientos altruistas selectivos (según las probabilidades de consanguinidad) sino que nos haga ser colaborativos en cualquier entorno; y pongámoslo en competencia con el gen del altruismo selectivo (aclararé que ambos no pueden estar activados a la vez en un individuo). El resultado será que este último asegurará que más individuos beneficiados portarán copias de él en sus células, porque estos no ayudarán en igual medida a los individuos que muy probablemente no las porten. Resultado evolutivo: tendencia general al altruismo selectivo.

La otra forma de abordar el asunto es tomando en cuenta el efecto de la hormona oxitocina. Esta se libera en ingentes cantidades durante el parto y es responsable entre otras cosas del alto grado de afectividad de la madre con su indefenso recién nacido, e incluso entre la los miembros de la pareja sexual establecida. Esta hormona a su vez ha sido identificada como un disparador del espíritu de generosidad en los humanos.

Pero en este asunto hay más. La amistad sin consanguinidad resulta un aspecto muy importante a considerar en este tema, pues neuroquímicamente también tiene su correlato. Y evolutivamente también se podría explicar en el sentido en que por más que no haya parentesco cercano, dos individuos con intereses comunes que generan afectos entre sí y tienden a colaborar, aseguran la preservación de sendas cadenas genéticas.

A pesar de todo lo dicho, es muy importante tener en cuenta que esto es sólo la base biológica del comportamiento. Es como el hardware de una computadora: sobre esta base se puede programar y reprogramar nuestro comportamiento culturalmente, teniendo en cuenta como analogía que ninguna computadora puede hacer algo para lo que su hardware está impedido, por más que se diseñe el más potente software. Y aquí hay una gran diferencia con los humanos: nosotros sí hemos contravenido ese impedimento natural con el que venimos de fábrica. Pero esto es harina de otro costal y da para mucha más reflexión.

* Este post es un intento de responder a la pregunta de Estefanía, hecha en el post anterior sobre "las taras del amor (occidental)"

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