lunes, febrero 21, 2011

Le vendemos un nicho


A mí enterradme sin duelo
entre la playa y el cielo... 
En la ladera de un monte,
más alto que el horizonte.
Quiero tener buena vista. 
Mi cuerpo será camino,
le daré verde a los pinos
y amarillo a la genista. 
JOAN MANUEL SERRAT


Suena el teléfono y preguntan por mí con mi nombre completo, como aparece en la guía telefónica. Quien me llama es una representante de los Jardines de Esperanza, un cementerio privado de mi ciudad, acaso el más caro, y me ofrece el nuevo “Plan de Previsión Familiar”.

—LLegado el momento —me dice la voz melodiosa—, la familia podrá contar con nuestro servicio exclusivo…

—¿Qué momento, señorita?— la interrumpo decididamente.

—Nadie quiere pensar en eso pero es mejor que en medio del dolor uno no tenga que preocuparse por esas cosas, por eso tenemos un plan en que…

—Ah, me está hablando de cuando nos muramos —interrumpo con más decisión.

—¡No es eso, señor! —me dice con una voz entre avergonzada y sonriente. Advierto que trata de tomar mi acotación como una broma, o de que yo lo note así, y también advierto que es consciente de que no era una broma—. Tenemos este plan familiar de contingencia que ofrece servicios de reserva de ubicaciones, velatorio y traslado —evitó pronunciar las horrendas palabras “ataúd” y “entierro”—. Y de antemano puede escoger los modelos y los tendremos preparados, porque hemos tenido casos...

—¿Modelos de qué, señorita?— le digo, algo molesto por esas ganas de no decir las cosas completas, como son.

—De féretros, señor —dice, después de trabarse un momento, ahora sin melodía en la voz, seguro esforzándose en escoger la palabra menos inoportuna pero con la entereza de estar cumpliendo la parte odiosa del deber—. Porque hemos tenido casos —su voz trata de recuperar la melodía— en que llegado el momento la familia no encuentra lo adecuado para...

"¿Qué es lo adecuado?", pienso. Y me parece que lo sería no tener por qué comprarme, a la medida de mi estatus, un lugar en este planeta donde dejar mis desechos o un depósito en que guardarlos.

—... y lo que le ofrecemos es un plan en que ni siquiera le pedimos una letra mensual, esta es una financiación que consiste en...

—Señorita, pero ¿por qué no esperan a que me muera? —interrumpo una vez más—. Con dolor o como sea, mi familia se sentirá unida a mí en el rito de preparar mis exequias —al decir eso empiezo a evocar el sublime capítulo final de “Los Sueños” de Akira Kurosawa.

—Claro, señor —me responde, la sonrisa ya se le siente medio desencajada—. Nadie quiere adelantar ese momento, lo que buscamos es hacerle un servicio, y es algo que le va a traer alivio a la familia, no va a tener que escoger y encontrar posiblemente algo que no le conviene... —y yo divago: a quienes me amaron les hará bien unirse, encontrar, cada quien en otro, algo de mí que pueda haber olvidado, crear una memoria que me integre en sus propias vidas... y sigo evocando las escenas de Kurosawa... quisiera que sea festivo, que celebren a alguien más que cumplió su ciclo queriendo dejar un mundo algo mejor tras su paso por él...

Me doy cuenta de que me distraje, de que la telefonista sigue exponiendo el plan que me ofrece, algo más relajada, cumpliendo su papel, o lo que cree que es su papel:


—... cuando nos llamen no deberán preocuparse por pagos, y si el momento ha llegado muy pronto la familia recibirá un bono de compensación...

—Disculpe, señorita —la corto sin perder la armonía—. Creo que preferimos esperar a que nos muramos.

Se da por vencida. Llanamente me agradece por haberla escuchado, ya sin replicar que no se trata de eso. Sin más eufemismos que afiancen el horror a los significantes de muerte, nicho, entierro, ataúd.

... y me siento más tranquilo de lo que estaba antes de recibir su llamada. Lamento más bien sentir que con mis cuestiones no le pude corresponder el favor.

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