Éramos un grupo de tres que amamos el arte, la música, y la nueva canción en especial.** Y fuimos al café Zorba’s de Arequipa para escuchar y ver la “Trova dibujada” de los artistas Américo Martínez y Omar Zeballos.
El afiche del evento. Deberían repetirlo en algún buen lugar. |
Habría tomado como descuido menor las luces colorinches del escenario reflejadas en la pantalla donde se reproducían los dibujos de Omar, si no fuera porque otros hechos coronaron la noche como ejemplo palmario del modo peculiar en que la gente de hoy se vincula con la cultura, o en que acaso se desvincula de ella. Pues que el evento no se llevara a cabo en la sala de un instituto cultural sino en la de un café nocturno, no lo hacía menos cultural. Al menos, así lo creía yo.
Hacia la primera media hora del concierto, ya casi no se podía seguir la interpretación de Américo con el parloteo casi gritado del auditorio en afán de superar en decibelios a esos bulliciosos músicos que no los dejaban entenderse. Aunque al inicio habíamos puesto nuestra cuota de bullicio (sí, el ambiente arrastra), ya recompuestos, pedimos a mesas vecinas que nos dejaran hacer aquello para lo que habíamos ido: escuchar música. Mofándose nos oyeron y se callaron; pero debían de ser tan interesantes sus temas de discusión que en poco tiempo volvieron a los gritos y hasta les comencé a prestar más atención que a la música tratando de corroborar mi segura suposición. Ello sobre la resignación de tener que buscar diferentes ángulos para sortear los reflejos chirriantes en la pantalla, recomponer los retazos capturados del dibujo y así hacerse una idea de él en su conjunto. Y, mientras que vista y oído ya estaban perdidos, el olfato comenzaba a dar alarmas cuando la nube de tabaco empezó a hacerse densa y una de nosotros ya tenía irritada la visión; y entonces decidimos pedir al dueño que impidiera fumar en la sala y éste, luego de una evasiva y ante mi insistencia, prometió hacer algo de mala gana.
En
el intermedio
Américo, no muy jovial, pidió compostura y aseguró que la suya no estuvo
pensada para ser música de fondo. Vi de soslayo a la mesa más bulliciosa
y tenían en las miradas algo parecido a la reticencia de esos
bravucones del
colegio que resondrados por el profe se quedaban tranquilos pero te la
tenían
jurada hasta la salida. También pidió Américo, seguro a solicitud del
dueño, que
se dejara de fumar; y todo empezaba a ir mejor. Pero ya en la segunda
parte humo
y bulla volvieron. Y como seguía siendo difícil constatar lo enjundioso
del barullo
y el aire se volvía asfixiante, pedimos silencio y salubridad a cada
quien
personalmente hasta que les llegamos (no precisamente al corazón) y si
bien nunca alcanzamos
el estatus digno de ser “el otro”, esta
vez alcanzamos la dignidad de ilotas.
Sui Géneris - "Música de fondo para cualquier fiesta animada" (la canción que Américo olvidó cantar al público culto que fue a escucharlo en el Zorba's)
Que en su
espíritu juerguero muchos hayan dejado de percibir lo irritante de tener que
respirar un humo denso que durante horas aturde y asquea, y dejado de percibir
la música como algo más que un relleno de indeseados silencios; no es razón
para que otros pierdan el derecho de disfrutar de un evento musical público sin
asfixiarse. Noticia: el otro existe. Así como los problemas de género no deben
ser pleito entre hembras y machos, esto no es un pleito entre fumadores y no
fumadores (incluso mis acompañantes salieron a fumar a la calle). Es cuestión
de cómo hacemos para que la vida siga siendo una opción aceptable para cada
quién. El pleito es entre quienes le apuestan y a quienes les llega. Entre el
atento y el distraído, entre la acción y el letargo. Entre uno y uno mismo: esta
poca atención al otro es hermana de la poca atención a uno mismo cuando, por
ejemplo siendo fumador, uno pasivamente acepta el terrorismo gráfico de
autoridades insensatas que quieren persuadirlo con fotos grotescas de cánceres y
males terminales que les ponen en las cajetillas.
Ya habiéndonos medido, teníamos que ser repelidos a como diera lugar. Excusas infantiles (somos un país infantil, ya no adolescente como decía Sánchez)… excusas infantiles, decía, como “tú eres el único al que le jode” y “pero si todos lo hacen” son de esperarse en un país donde presidentes y alcaldes excusan sus robos con el popular argumento de que quién no lo ha hecho, lo importante es que haga obra. Cuando terminó el programa oficial del concierto y se fueron los músicos del escenario, pedí en voz alta que volvieran, cosa que después harían; pero una fina señora de ya sabemos qué mesa se desgañitó: “¡Deja escuchar, deja escuchar!”, en una clara aplicación de la lógica criolla, muy común, del “yo también te cago”. ¿Será difícil entender que en un concierto me callo cuando el músico está interpretando por la simple razón de dejar escuchar la música y no cuando no hay nada que escuchar?
Uno de ellos, criollazo también, viéndose reducido en los argumentos y con encubierta sonrisa triunfal, cobró su revancha prometiendo apagar el cigarro después de que aquel otro tipo apagara el suyo. Listísimo, lógico de aquéllos: redujo mi exigencia al absurdo del bucle infinito en que me pondría el otro al asestarme la misma respuesta. “Cuando los otros dejen de robar”, escuché alguna vez decir a un regidorcillo distrital de lo más execrable... Y el paroxismo llegó cuando uno me espetó que hasta John Lennon salía fumando en el póster de la pared de al lado.
Sé que la ligereza de criterios nos es innata (no ignoro la etología), pero el aprendizaje (por imitación y repetición) lo es también, felizmente. Los logros sociales que hasta ahora hemos tenido se deben al empuje de minorías que han tomado la batuta en ciertos momentos clave y que han bregado por hacer entender sus razones hasta la común aceptación, para que el nuevo uso luego se impusiera y fuera seguido sin mayor cuestionamiento. La cosa es simple: así como hemos aprendido a levantarnos e ir a una habitación aparte a liberar el contenido de nuestras vejigas en vez de dejar un charco apestoso en el lugar público de reunión, por consideración a los demás originalmente y por educación cuando tal costumbre pasó a ser lo políticamente correcto; podemos aprender a salir si queremos liberar cualquier otra sustancia que pueda perturbar y enfermar al otro. Sí, el otro, el otro, el otro: clave de la convivencia, aunque nos joda a todos.
Cuando reclamé al dueño por segunda vez, me dijo que ya no podía hacer nada, que qué quería, ¿que los botara?, que la ley de no fumar ya no se aplicaba porque la habían apelado las tabacaleras… Sí, pues: fuera cierto o no, la consideración con el otro no es voluntaria; tiene que venir empaquetada en su respectiva ley. Pues el mensaje implícito era sencillo: nos botaba a nosotros. Así que pagué nuestras bebidas y rehusé pagar la entrada al evento (que se pagaba al salir), y ya recogíamos nuestras cosas para retirarnos cuando en eso comenzaron los aplausos eufóricos que nos prodigaban aquellos a quienes ¡nosotros! habíamos perturbado con nuestros reclamos… ¿País adolescente? No, Luis Alberto…
Pero, como ya dije, eso era de esperarse, incluso que el dueño nos siguiera en nuestra retirada ¿para asegurarse de que no nos quedáramos luego de no haber pagado la entrada?, quizás; ¿para regodearse en el pretendido escarnio?, probable. Lo que sí podría decir es que sólo le faltó hacerles barra.
No hago votos para no volver a ese lugar. Mientras ofrezca al público la música que disfruto, con artistas que son amigos míos, seguiré yendo; y tendré que volver a reclamar; ¿en otras instancias?, quizás… Y quién sabe en alguna de ésas pasen por el local y me vean afuera en el intermedio de un show de Américo, gozando del frío quieto y, seguro de no perturbar a nadie dentro de en la sala, como cantara Fito: fumando el humo mientras todo pasa.
* cool (pronunciado "kul"), término del idioma inglés, significa: frío, indiferente.
** Nueva canción: movimiento musical peculiarmente poético y de compromiso político y social aparecido en América Latina y España durante la década de los sesentas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario