La película estadounidense “El renacido”, del director mexicano Alejandro González Iñárritu, es una obra bastante irregular. Por lo impactante de algunas escenas y por el nudo gordiano, en lo moral, del conflicto generativo de la trama, quizás valga la pena invertir las innecesarias dos horas y media que esta dura; pues al margen de estos aciertos puede resultar cansada y vacía. ADVERTENCIA: los siguientes párrafos revelan detalles que pueden echar a perder la expectación de la película.
“El renacido” puede analizarse dividiéndola en tres partes muy claras de distintas calidades narrativas. La primera parte nos lleva desde la presentación de un espacio natural adverso en que el invierno crudo y la presencia de indígenas norteamericanos que protegen sus territorios amenazan a una expedición invasora occidental que recolecta valiosas pieles animales para conseguir fortuna, hasta el terrible ataque (escena impactante) de una osa al guía de la expedición, Hugh Glass (interpretado notablemente por Leonardo Di Caprio), y el posterior conflicto mortal entre quienes habían sido encargados de cuidar los últimos momentos de este herido que ya parecía dar sus últimos estertores: John Fitzgerald (interpretado por Tom Hardy), un adulto agresivo y displicente, el hijo mestizo del herido, cuya madre india fue asesinada por invasores occidentales, y un muchacho timorato que se ofreció de corazón a cambio de un pequeño pago. Este grupo se quedó para cuidar al herido hasta enterrarlo una vez muerto y luego seguir la ruta de regreso que tomó el resto de la expedición. Es aquí donde la película cobra bríos y potencia narrativos: Fitzerald, quien convence a Glass para darle una voluntaria muerte asistida, se vio amenazado por la ira del muchacho al confundir la situación y termina asesinándolo frente a la mirada impotente de su padre inmovilizado y afónico. Esta paradoja moral es el nudo gordiano mencionado, y el núcleo epifánico del entramado fílmico: la lealtad, la verdad y la conmiseración humanas, enfrentadas con el impulso de supervivencia individual de quien quedó a cargo del pequeño grupo, Fitzgerald, el personaje antagonista. Esta es la parte más notable a pesar del guión enredoso de los primeros minutos, que puede confundir al espectador, exigiendo atención de más, acaso innecesaria, antes del momento crucial de la sepdeación del grupo excursionista. Fitzgerald, después del homicidio, se lleva con engaños al muchacho sobreviviente, dejando al herido moribundo y desprotegido. Desde aquí es un acierto narrativo el nervio con que Glass recupera sus capacidades motivado por el amor a su hijo muerto y un código de fortaleza y unión que tenían entre ellos, el cual parece venir de la pérdida de la madre del muchacho, que es recordada en flashbacks.
Afiche de "El renacido" |
“El renacido” puede analizarse dividiéndola en tres partes muy claras de distintas calidades narrativas. La primera parte nos lleva desde la presentación de un espacio natural adverso en que el invierno crudo y la presencia de indígenas norteamericanos que protegen sus territorios amenazan a una expedición invasora occidental que recolecta valiosas pieles animales para conseguir fortuna, hasta el terrible ataque (escena impactante) de una osa al guía de la expedición, Hugh Glass (interpretado notablemente por Leonardo Di Caprio), y el posterior conflicto mortal entre quienes habían sido encargados de cuidar los últimos momentos de este herido que ya parecía dar sus últimos estertores: John Fitzgerald (interpretado por Tom Hardy), un adulto agresivo y displicente, el hijo mestizo del herido, cuya madre india fue asesinada por invasores occidentales, y un muchacho timorato que se ofreció de corazón a cambio de un pequeño pago. Este grupo se quedó para cuidar al herido hasta enterrarlo una vez muerto y luego seguir la ruta de regreso que tomó el resto de la expedición. Es aquí donde la película cobra bríos y potencia narrativos: Fitzerald, quien convence a Glass para darle una voluntaria muerte asistida, se vio amenazado por la ira del muchacho al confundir la situación y termina asesinándolo frente a la mirada impotente de su padre inmovilizado y afónico. Esta paradoja moral es el nudo gordiano mencionado, y el núcleo epifánico del entramado fílmico: la lealtad, la verdad y la conmiseración humanas, enfrentadas con el impulso de supervivencia individual de quien quedó a cargo del pequeño grupo, Fitzgerald, el personaje antagonista. Esta es la parte más notable a pesar del guión enredoso de los primeros minutos, que puede confundir al espectador, exigiendo atención de más, acaso innecesaria, antes del momento crucial de la sepdeación del grupo excursionista. Fitzgerald, después del homicidio, se lleva con engaños al muchacho sobreviviente, dejando al herido moribundo y desprotegido. Desde aquí es un acierto narrativo el nervio con que Glass recupera sus capacidades motivado por el amor a su hijo muerto y un código de fortaleza y unión que tenían entre ellos, el cual parece venir de la pérdida de la madre del muchacho, que es recordada en flashbacks.
Glass comienza aquí una lucha desigual contra una naturaleza escabrosa y hostil, excelsamente fotografiada por el multipremiado Emmanuel Lubezki, en que el frío álgido, la amenaza de bestias salvajes y de hordas indígenas que defienden su territorio sólo parecen asegurarle un doloroso final. Los primeros momentos de esta parte de la película conmueven al mostrar aquello de lo que es capaz un ser humano cuando está movido por la intensidad de su amor y de sus pasiones, entiéndase el deseo de venganza por el asesinato de su amado hijo. Pero progresivamente los desafíos que va superando el personaje se tornan repetitivos e incluso inverosímiles, lo cual implica una pérdida de intensidad cinematográfica que muy bien pudo evitarse de no haberse apostado tanto por la espectacularización gratuita. Esta parte de la película culmina con la llegada de Hugh Glass al campamento de donde había partido la expedición.
La tercera parte muestra una nueva expedición planeada para ubicar Fitzgerald, quien había escapado al enterarse del regreso de Glass, y someterlo a la justicia. La sed de venganza de Hugh Glass, muy explicable y en contradicción con el instinto de supervivencia de Fitzgerald, que como ya dijimos, da sentido a la película, pudo tener otro tratamiento que no fuera un alargamiento innecesario de nuevas peripecias que llevan con tedio a un final en que el vengador termina cumpliendo su cometido y haciendo aparente justicia, o sea, lo mata. Es esta la parte en que la película de González Iñárritu termina perdiendo por predecible y fatigosa excepto por el detalle pintoresco que resulta ser la manera en que Glass engaña a Fitzgerald haciéndose pasar por muerto.
La toma final: primer plano del rostro de Hugh Glass, en que no se sabe si es el personaje o el mismo Leonardo Di Caprio quien mira directamente a la cámara rompiendo la cuarta pared, recurso estilístico tanto del cine como del teatro que siempre conlleva un significado coherente con la trama, el cual lamentablemente no existe en esta película. Teniendo a su favor los hermosos paisajes invernales que fueron magistralmente fotografiados por Lubezki, y dos actores consumados, protagonista y antagonista, sumamente expresivos y convincentes más allá de la dicción, es una pérdida la ausencia de significados que hace de las imágenes grandilocuentes meros artificios decorativos en gran parte de la película, que bien pudo haber durado una hora menos para poder ser un acierto fílmico.
Un claro desacierto es además la trama paralela de la indígena secuestrada que nunca adquiere un sentido propio y sólo termina, como artificio accesorio, cruzándose de refilón con la trama principal. Otro lo son las metáforas visuales de las apariciones de la amada asesinada, las cuales, además de su simbolismo algo abstruso, caen en la mediocridad del recurso manido. Es difícil recomendarla pero de todos modos tiene algo que ofrecer al espectador.