En verdad, en verdad hablando, la poesía es un trabajo difícil que se pierde o se gana al compás de los años otoñales.
Javier Heraud
Hace unos días propicié una polémica, a propósito de un festival de poesía realizado en Arequipa, sugiriendo cierta vinculación entre los atuendos remilgados de varios participantes y sus no muy felices versos. Después de larga discusión (véanla aquí), el organizador del festival, Martín Zúñiga, cuyas intervenciones me ayudaron a pensar mejor el asunto, dejó una cuestión que ahora trato de responder. Me dijo Zúñiga que quiero ver papas donde hay camotes pretendiendo forzar un vínculo entre atuendos y calidades poéticas. Tratemos ahora de ver toda la pachamanca.
Dentro de un grupo de personas que tienen un interés común es normal que haya unos pocos que tengan a la vez otro interés u otra manera de ser, por simple coincidencia; es normal que entre los que pintan haya uno que juegue ajedrez, y quizá uno interesado en los vestidos de moda. Ahora, si en los círculos de los que tienen interés por hacer poesía abundan, mucho más que en cualesquier otros grupos, los individuos de vestidos y maneras remilgados, es porque ya no se trata de una mera coincidencia sino que hay una vinculación determinante entre una cosa y la otra. O sea, cuando vemos a un remilgado entre los que escriben y publican, no podemos estar seguros de que las poses tengan que ver con sus escritos porque puede ser una coincidencia; pero cuando vemos a la mitad de ellos disfrazados de “únicos” en un festival de poesía, sabemos que hay un vínculo determinante por el que en la mayoría de casos se está impostando una imagen para afirmar la propia existencia desde la respuesta pública: buscando pompa y platillos, casi viviendo del halago y por el halago (el “por” es muy importante) y, en penosos casos, hasta de la ridiculización de la imagen de otros; todo para quedar mejor parados y sacarle un poco la vuelta a la inseguridad personal y a la escasez de una auténtica autoestima; porque a veces ya no se trata de superación sino de inferiorización de los demás y de usar cualquier recurso para verse únicos: si no se puede con paciente trabajo creativo se podrá entonces con los atuendos. Hay grandes artistas que le han dado harta importancia a su imagen pública; pero depender de ella es otra cosa, quien depende ya no es libre, y sin libertad de espíritu no se puede ser artista.
Las personas no
somos un armario donde las cosas se guardan en gavetas separadas. Menos aun en el plano de la poesía, cuya fuente prístina es la vida propia. Si tienes
remilgos en el vestir por razones de inseguridad o baja autoestima, los tienes en tu vida, y lo más
probable es que los tengas en lo que escribes. La mayoría de quienes escriben y
se presentan en recitales todo atildados, o sea aquellos en que no es una
coincidencia el escribir y el ser remilgados, están demasiado pendientes de lo
que sucede afuera, buscando admiradores para sentirse valiosos y únicos por ser
intelectuales o poetas, quieren de afuera la satisfacción existencial y el
desahogo para el vacío interior, separatividad en términos de Erich Fromm. Cuando se ponen a escribir siguiendo pautas
que muy bien han aprendido de los maestros que leen, convierten en recetario
las técnicas que los maestros han logrado en un difícil proceso de
interiorización de experiencias vitales y solitariedad. Uno empieza con recetarios,
claro, pero el proceso de interiorización nos construye una voz. Los temas
vienen de adentro, sí, es cierto, pero el lego impaciente los desarraiga de
inmediato en busca del halago fácil. Invierten el proceso: miran hacia afuera
en lugar de mirar para adentro, que es la manera de construir una voz artística
propia.
Pero hay algo más.
Como estamos en la era del consumismo y la espectacularización de la
existencia, crean su obra como mercancía y producto. Puede ser bonita, desde
luego; pero quiero ir un poco más allá: no es el arte la finalidad sino que lo es más
bien el artista. El arte es el mecanismo del artista para forjar su espíritu, quizás
sin darse cuenta racionalmente, en un acto de amor a sí mismo que es a la vez
amor a todo; en verdad el producto es él o ella. Él o ella se construye a través de su arte,
así como los arqueros del Zen, cuya finalidad no es darle al blanco sino el temple y la forja de
su espíritu a través de su arte. En ese sentido recuerdo al cineasta Alexandr
Sokurov explicando una de sus obras maestras con la frase “necesitaba aprender”, a Kafka rehusando la publicación de su obra, a Onetti diciendo que escribe para él mismo (su gran amigo Eduardo Galeano no le cree porque, estoy seguro, en él el proceso es bastante inconsciente).
Y, de hecho, no es el arte la sola herramienta del artista para crear
(y recrear) el humano que quiere ser; ni siquiera tiene el arte ese privilegio. En un bello poema, Eielson expresa la revelación de
que el arte no es un producto:
No es necesario escribir bien
Para escribir un poema
Se necesita sólo amar
Y amar solamente
Aunque lo mejor es siempre
No escribir
Le doy la razón a
Eielson en que no importa si un poema está bien o mal escrito, porque un poema puede estar en determinado momento del proceso (si es que lohay), en algun estadío del proceso amoroso que puede durar toda la
vida. (Vean al mismo Vallejo principiando su proceso, aquí)
Y por esto me retracto de las críticas estilísticas (aunque válidas en el
sentido académico) que pude hacer a los poemas del festival, porque no está mal
escribir mal... Había, sí, muchos poemas sin voz propia, con respiración asistida, meros
ejercicios de recetario; pero nada nos dice que esos poemas no estén en las
primeras etapas de un hermoso proceso personal en que aún se debe descubrir cómo
mirar hacia adentro y darle poca importancia a la respuesta del exterior. Y en
ese sentido se entienden también las autocríticas estilísticas que en su
momento se hicieran varios artistas, como en los poemas de Heraud y Neruda que
mencioné en la polémica (este y este).
Al margen de mi
disgusto por los remilgos de los recitadores, aunque dejo sentado que sí tienen
que ver con la poesía, amorosamente les daría este consejo, que no es mío sino
de Rainer María Rilke (cuyas ideas animan todo este “post”): dejen de mirar tanto
hacia afuera, porque ese afuera es caos para el espíritu de ustedes; y si no se forjan, ensimismándose, un orden interior
que pueda armonizar el caos, pueden terminar siendo barridos por él.