Hola Charlie,
Continuemos en el tono epistolar que sugieres en tu respuesta a mi publicación anterior,
aunque toda ella haya sido impersonal menos en el saludo y la
despedida. Pero, bueno, creo que en tono epistolar la cosa va más ligera, y eso
mejora el intercambio.
Primero, creo que malinterpretaste mi
respuesta. Yo te daba la razón en que no importa la vida del autor para juzgar
la calidad de la obra desde la moral ni desde cualquier otra consideración; y
luego aclaré que, sin embargo, los datos vivenciales (llamémoslos biografía, si
quieres) eran importantes, y di el ejemplo de Trilce.
Ojo que no dije “fundamentales”, sino “importantes”.
Y tú, en tu respuesta, te extiendes en hablar del biografismo como error
epistemológico. ¡Pero claro que era un error!: este suponía que el tratado de la
vida del creador era lo fundamental y relegaba o ninguneaba los otros alcances.
La vida del creador bastaría para explicar el texto sólo si tuviéramos a mano
una especie de demiurgo soplándonos los datos precisos para acceder a ellos en
cada momento de la lectura. Dices que antiguamente la crítica suponía
erradamente que “lo escrito en sus obras depende en buena
parte o se origina en la vida del artista”; pero así como lo describes, suponía bien: de
la VIDA, y no en parte sino totalmente (aun cuando aborde temas relativamente
más ajenos a su vida misma). El problema es que la vida del autor, con sus
ínfimos detalles, es mayormente inaccesible y la biografía resulta muy insuficiente
para el afán hermenéutico; tanto que incluso la mayoría de los propios procesos
mentales del autor le son ajenos a él mismo. Y dices que “sostener que las obras literarias son manifestaciones
de la mente del autor, no ayuda mucho a discutir el sentido de «Los reyes
rojos» o «Altazor».” (Aunque lo sean) estoy de acuerdo contigo: sostenerlo no
ayuda; por eso mismo que decía.
La biografía es por su utilidad importante sin ser fundamental, a eso me
refería con el ejemplo de Trilce. Tú mismo hablas de un “bagaje experiencias y
conocimientos previos, propios y compartidos con su espacio y su época” que usa
el lector para asimilar el texto literario; que podrían ser lo que Kerbrat-Orecchioni llamó “competencias
culturales”. Entender o no el significado de ciertos símbolos propios de
ciertas materias, o conocer o haber leído sobre ciertos personajes o lugares
geográficos, o el simple hecho de requerir un diccionario (competencias
lingüísticas), son cosa cotidiana en la manera particular en que un lector
comprende un texto. Conocer algún dato de la vida de un autor, que dé un mayor
alcance y permita atar cabos en una obra, es asimismo una competencia cultural.
Porque, tratándose de entender a Vallejo por ejemplo, qué diferencia habría —al
margen del alcance o de la trascendencia propios de tal o cual conocimiento—
entre saber qué tenían que ver entre sí Heráclito y Marx, mencionados en “Y no
me digan nada…” y saber que el bizcochero pasaba vociferando de un modo
peculiar, lo que se describe en “Trilce XXXII”. Pues, de hecho, para un vecino
de Vallejo, entender ese verso (“serpentínica u del bizcochero engirafada al
tímpano”) no sería cuestión particular de la vida del poeta ni por asomo. Como
tú lo dices, es parte del bagaje del supuesto lector.
También dices en tu respuesta que el análisis del campo intelectual nos
daría un alcance para establecer el sentido de las obras. Nos lo daría para
entender las relaciones entre la obra, la sociedad y el autor… claro; ¿pero
cómo así para establecer el sentido de las obras mismas? No lo tengo muy claro.
A la pregunta de si el autor importa, concuerdo contigo en responder: “sí
y no”, refiriéndonos a distintos aspectos del fenómeno en cada parte de la
respuesta.
Y dices, volviendo al tema original que propició esta
conversación, que “los desplantes o la egolatría del autor [son] inservibles para el análisis e interpretación de
textos.” Estoy totalmente de acuerdo. Yo no los tomé en consideración para
interpretar sus textos, y nunca pretendí hacer crítica literaria desde ellos. Mi
postura desde el comienzo fue advertir que la monotonía y la falta de imagen
que cundieron en los textos leídos en un festival local de poesía, no podían ser
salvadas por la conducta pública atildada del autor o el uso de tal o cual
atuendo, para valorarlo como creador.
Disientes de que el arte sea producto y de una
personalidad. Y creo que se debe a la polisemia del término “personalidad”. Yo
hablaba del conjunto de características y capacidades diferenciadas de
respuesta a determinados estímulos, que cada persona tiene en particular en
determinado momento; y no a algún soplo divino. Al decir
que la creación artística es una herramienta de su construcción, ya dejaba deducir que le atribuyo la capacidad de transformarse en el tiempo, que es
perfectible y depende de múltiples factores además del acto creador, pues los no creadores también tienen un personalidad.
Pero hay una conclusión tuya que suscribo pues me parece muy acertada: “lo
más adecuado es afirmar que una obra de arte es resultado de múltiples
identidades en conflicto.”
Finalmente, cuando decía, no libre de caer en la ambigüedades, que la
obra de arte es «un acto de liberación que da perfección estética a una
realidad imperfecta o que inventa una que no lo sea», quise significar que
inventa una realidad con perfección estética, aunque aquella siga siendo
imperfecta en los demás aspectos. “Conversación en La Catedral” es un claro
ejemplo de ello. Pero ya que vas por el
lado de ciertos fenómenos políticos execrables, podríamos analizar el
documental nazi “El triunfo de la voluntad”, en que los realizadores aspiran a
una realidad que es políticamente perfecta para ellos, y la proponen. Lo digo
sólo para aclarar que hay cierto relativismo ético que hay que considerar para no suponer que tal o cual obra no puede estar motivada por ideales de perfección.
Te agradezco también la lectura de mi réplica y tu respuesta. Y te pido,
eso sí, que si me respondes de nuevo en tu blog, pongas el enlace de la
respuesta aquí, en esta entrada o en la anterior, en un comentario, pues de esta
respuesta tuya me llegué a enterar por terceras personas.
Saludos.
Carlos
Carlos
Errata corregida: en el texto decía "Conversación en la catedral"; y ahora ya está bien escrito.
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